lunes, 9 de octubre de 2017

LAS MISTERIOSAS BILOCACIONES DEL PADRE PÍO


San Padre Pío de Pietrelcina fue conocido por muchos fenómenos. Pero ninguno más misterioso que su capacidad para aparecer en dos lugares al mismo tiempo.
Lo que se llama “bilocación” es un don místico que verdaderamente es insondable.
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¿Cómo puede un objeto físico – el cuerpo – estar en dos lugares distintos en el mismo momento?
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¿Es el espíritu de la persona que ellos ven, la “prolongación” de la personalidad?
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¿O es simplemente un ángel que se manifiesta con el rostro de la persona que lo ha enviado?
Estas son preguntas que, al menos por ahora, deben quedar sin respuesta. Lo que podemos decir es que es un fenómeno que se ha informado en santos como San Antonio de Padua, San Alfonso María de Ligorio y varios más. Más recientemente, testigos han declarado las bilocaciones de María Esperanza, la gran mística venezolana.
CON EL PADRE PÍO LOS EJEMPLOS FUERON EXTRAORDINARIOS 
Él fue visto por un hombre perdido en el desierto del Sahara, que luego fue llevado a un lugar seguro por el misterioso desconocido (la madre de este hombre había buscado la ayuda del Padre Pío). Fue testificado, o eso dicen, en los EE.UU., en Hawai, y según se informó, en Siberia.  Hay quienes, como obispos, que dicen que fue descubierto en el propio Vaticano (que aparece al Papa Pío XI en un momento de crisis, cuando un arzobispo estaba tratando de destituirlo). Y también en la canonización de Santa Teresita, la Pequeña Flor en 1925.
“Es bueno tener en cuenta que a partir de 1918 en adelante, el Padre Pío nunca salió de San Giovanni Rotondo.
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De modo que estos misteriosos sucesos no pueden ser explicados por la hipótesis de que el Padre Pío en realidad estaba allí en persona”
, señala el biógrafo Bernard Ruffin.
LA VISITA AL PADRE PLACIDO BUX
Hubo pruebas incluso físicas de sus manifestaciones. Tal ocurrió en 1957, cuando Pío apareció en la cabecera de otro sacerdote, el padre Placido Bux, quien fue hospitalizado con cirrosis hepática grave. “Una noche, el padre Placido vio al Padre Pío al lado de su cama y se dirigió a él, exhortándolo a que tenga paciencia, consolándolo y tranquilizándolo de su recuperación”, escribió otro biógrafo, el padre Alberto D’Apolito, que conoció al Padre Pio.
“Entonces vio a Padre Pio acercarse a la ventana de cuarto [en el hospital], colocó una mano sobre el cristal, y desapareció.
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Al despertar por la mañana, se sintió mejor y recordó la bienvenida visita y miró hacia la ventana.
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Para su sorpresa, vio la huella de una mano en la ventana.
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Se levantó de la cama y se acercó a la ventana para examinar de cerca e identificar la impresión: reconoció la huella de la mano del Padre Pío”.
Más increíblemente, cuando el personal trató de limpiar la ventana con un paño húmedo empapado en detergente, “la huella siempre volvió a aparecer”.
LA VISITA A UN ENFERMO EN UN HOSPITAL
Durante sus bilocaciones, Pio fue visto a menudo en un estado casi comatoso. Tal fue el caso en 1953, cuando el sacerdote, uniéndose a otros monjes para un concierto en una sala contigua “Puso sus brazos sobre el respaldo de la silla frente a él y apoyó la cabeza en ellos, permaneciendo en silencio e inmóvil“, según otro testigo, el padre Carmelo de Sessano. Esto ocurrió durante un período de unos cinco minutos, y luego el Padre Pío se reincorporó al grupo. “Al día siguiente, el padre Carmelo fue a visitar a un enfermo y se sorprendió cuando [el enfermo] expresó su agradecimiento por permitir que el Padre Pío lo llamara la noche anterior“, escribe Ruffin.
“Carmelo, por supuesto, sabía muy bien que el Padre Pío estuvo en el concierto toda la noche y había ido directamente al convento cuando todo terminó.”
EL EXTRAÑO CASO DE BILOCACIÓN EN URUGUAY
En otro caso, monseñor Fernando Damiani, Obispo de Salto, Uruguay, pidió ayuda del Padre Pío por una enfermedad coronaria grave y había ido a Italia para morir cerca del famoso monje. Pio le dijo que aún no estaba preparado para morir y que, cuando fuera su tiempo, sería en su tierra natal, Uruguay. Por otra parte, dijo Pio,
“Me comprometo a velar por que esté bien asistido espiritualmente”.
Sucedió en 1941, durante un congreso sobre vocaciones que había traído varios obispos de Salto. Uno de ellos, el Arzobispo Cardenal Antonio Maria Barbieri de Montevideo, se retiraba a su habitación cuando oyó un extraño golpe en la puerta.
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La sala estaba a oscuras, pero veía la forma de un monje capuchino, que le dijo que fuera a ver a Monseñor Damiani porque se estaba muriendo.
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Nunca se supo quién fue esa extraña figura.
El Arzobispo Barbieri fue lo que hizo y encontró a Damiani retorciéndose de dolor y muriendo. Barbieri le administró los últimos sacramentos, mientras que otros tres obispos y seis sacerdotes se apresuraron a llegar a la escena. De tal manera que Damiani fue rodeado por un total de cuatro obispos y otros seis sacerdotes cuando expiró; ¡la “ayuda” que Pio había prometido!
EL PADRE PÍO VISTO DIARIAMENTE EN EL SANTO OFICIO
Tal vez el más notable fue el testimonio de una mujer llamada Madre Esperanza que trabajaba en el Vaticano y afirmó haber visto a Pio en Roma en varias ocasiones.
“Lo vi en el Santo Oficio todos los días durante todo un año”, testificó.
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Llevaba medios guantes para ocultar sus heridas.
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Me gustaba saludarlo, besarle la mano y, a veces, me gustaba hablar con él, y él respondía”.
Al mismo tiempo (1937-1939), la madre Esperanza afirmó haber encontrado “Un personaje misterioso con una barba blanca que llegaría a Milán en avión, era feo y me hizo temblar de miedo. Sólo la visión de él me llenaría con gran temor, y yo quería escapar. Me pareció ser el diablo“.
¿Qué estaba haciendo en el Santo Oficio? “Él fue a testificar en contra de Padre Pio“, dijo la santa mujer – esto fue en un momento en que el Padre Pío se encontraba bajo mucha persecución.
MÁS SITUACIONES 
Varios testigos afirmaron que vieron al Padre Pío en la tumba de San Pío X.
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De hecho, él fue visto en la cripta en al menos cinco ocasiones.
 
Durante la beatificación de Santa Teresita, la Pequeña Flor, un prelado fue a acercarse a él cuando “vio” al monje en la Basílica de San Pedro, pero a medida que se acercaba, el padre Pío se desvaneció.
 
Hay un caso, una joven piadosa de 14 años llamada Emma Meneghello, que sufría epilepsia.
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Declaró que mientras estaba en oración el Padre Pío se le apareció, puso su mano en su sábana, sonrió y desapareció.
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La niña curada luego se levantó para besar el lugar donde Pío había colocado su mano y vio una cruz de sangre en la sábana (esta mancha se ha conservado).
La Señora María, hija espiritual del Padre Pío, contó que su hermano, una tarde, mientras oraba, se durmió. De repente fue golpeado con una bofetada sobre la mejilla derecha y él tuvo la sensación de sentir que la mano que lo golpeó fuera cubierta por un medio guante.
Pensó enseguida en el  Padre Pío y al  otro día después de la misa se fue a saludarlo:
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“¿Es  lícito dormirse cuándo se ruega”
?, contestó el  Padre Pío.
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Fue  el Padre Pío quien lo  “despertó”.
Un ex oficial del ejército, un día entró a la  Sacristía y mirando al Padre Pío le dijo “Es justo él, no se equivoca”. Se acercó, cayó de rodillas y llorando repitió – Padre gracias  por salvarme  la vida en el campo de batalla. Sucesivamente el hombre contó a los presentes: “Fui un Capitán de infantería y un día, sobre el campo de batalla, en una hora terrible de fuego, algo lejos de mí vi a un fraile, pálido y de  ojos expresivos.
Me dijo: “Sr. Capitán,  aléjese de  ese sitio”
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Inmediatamente corrí y antes de que llegara estalló una granada enorme que abrió un remolino.
Me volví hacia el monje para agradecerle pero ya había desaparecido”. El Padre Pío en bilocación le salvó la vida.
El Padre Alberto, a quien el Padre Pío conoció en 1917, contó: “Vi hablar al Padre Pío mientras se encontraba de pié cerca de la ventana con la mirada fija sobre la montaña. Me acerqué a él para besarle la mano pero él no se dio cuenta de mi presencia y tuve la sensación de  que su mano estaba entumecida. En aquel entonces lo escuché que con voz muy clara, en el momento en que dio la absolución a alguien. Después de un instante el padre se sacudió como si se se despertara. Volteándose hacia mí, me dijo:
¿Estáis aquí?, no me enteré de ello.
Algún día después llegó de Turín un telegrama de agradecimiento al Padre Superior por haber mandado al Padre Pío a asistir a un moribundo.
Del telegrama se pudo intuir que el moribundo estaba muriendo en el momento en que el Padre Pío en San Giovanni Rotondo, pronunció las palabras de absolución. Obviamente el Superior no envió al Padre Pío al moribundo, sino que el Padre Pío lo visitó en bilocación. Una familia americana vino de Filadelfia a San Giovanni Rotondo, en el 1946, para agradecer al Padre Pío. El hijo piloto de un avión de bombardeo, en la II Guerra Mundial, fue salvado por el Padre Pío en el cielo en el Océano Pacífico. El avión cerca de aterrizar en el  aeropuerto, después de haber efectuado un bombardeo, fue golpeado por los cazatorpederos japoneses. “El avión” – contó el hijo, “Se precipitó y estalló apenas que la tripulación pudiera tirarse en paracaídas. Solamente yo, no sé cómo, logré salir a tiempo del avión. Traté de abrir el paracaídas pero no se abrió; me habría estrellado, por tanto, al suelo.
Si de repente no hubiera comparecido un fraile con barba que tomándome entre los brazos, que me depuso dulcemente delante de la entrada del mando de la base. 
Imagináis el estupor que provocó mi cuento. Fue increíble pero mi presencia “obligó” a  todos a creerme. Reconocí al fraile que me salvó la vida cuando, un día, mandado con permiso, llegué a casa y  mi madre me enseñó la fotografía del Padre Pío. Era el fraile a cuya protección en sus oraciones y lágrimas de madre me había encomendado. ¡Qué grande e importante es la oración de una madre!
Una señora, mujer de un empresario naval, era huésped de su hija en Bolonia. Tenía un tumor maligno  en un brazo y la señora con la ayuda de su hija decidió hacerse operar. El cirujano aconsejó tener paciencia y esperar, por lo tanto  posteriormente fijaría la fecha para la intervención quirúrgica. En la espera el marido de la hija mandó un telegrama al Padre Pío; suplicando por la salud de su suegra. A la hora en que el telegrama llegó a manos del Padre Pío, la señora, que estuvo sola en el cuarto de estar de la casa de la hija, vio abrir la puerta y entrar a  un fraile capuchino. “Soy  el Padre Pío de Pietrelcina” le dijo.
Después de  preguntarle  algunas cosas del cirujano, le exhortó a tener confianza en la Virgen.
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El Padre Pío le hizo una señal de la cruz en el brazo, por lo tanto, saludándola, salió.
La señora llamó a la camarera, la hija y al yerno. Preguntó porque hicieron entrar al Padre Pío sin anunciarlo, pero  le contestaron que no  lo vieron y que, en todo caso, no abrieron la puerta a nadie. Al día siguiente el cirujano visitó a la señora para prepararla para la operación, pero no encontró ningún tumor. El tumor se desapareció apenas el Padre Pío le dio la bendición.
 
El obispo que el 10 de agosto de 1910, en la catedral de Benevento, fue preparado para la muerte por el Padre Pío que, en bilocación, fue a hacerle una visita.
El Padre Pío en bilocación celebró una Misa en la Capilla de un monasterio de monjas en Checoslovaquia, en 1951.
Después de la celebración de la Misa las monjas fueron a la Sacristía para ofrecerle al Padre una tacita de café y darle las gracias por la Misa y la inesperada visita, pero en la Sacristía no había nadie.
Las monjas pudieron constatar así que;  el Padre Pío fue a efectuar  la Santa Misa en bilocación. El Padre Pío, en bilocación, dio la Misa al primado de Hungría, en la  cárcel, en Budapest, en 1956. Alguien, que conocía del episodio preguntó: “¿Padre Pío,  Ud le ha dado la Misa y le ha hablado, pero entonces, si  UD ha estado en cárcel, y lo ha visto?”
“Cierto, si le he hablado también lo he visto”… contestó el Padre Pío.
El General Cadorna, después de la derrota de Caporetto cayó en un estado de depresión severa  y decidió  suicidarse. Una tarde se  encerró en su habitación  y dìo  orden a su ordenanza de no dejar pasar a nadie. Entrado en su habitación, extrajo de un cajón una pistola.
Y mientras se estaba apuntando a la sien oyó una voz que le dijo: “General, ¿no querréis cumplir en absoluto esta tontería”?
Aquella voz y la presencia de un Fraile apartaron el General de su propósito, dejándolo petrificado. ¿Pero, como fue que pudo entrar este personaje en su habitación? Pidió explicaciones al ordenanza pero  le contestó  no haber visto pasar a nadie. Años después, el general, se enteró por la prensa, que un Fraile que vivía sobre el Gargano hacia milagros. Se fue de incógnito a San Giovanni Rotondo. Y con gran asombro al fraile capuchino  aquella tarde reconoció. “Ha corrido un riesgo enorme aquella tarde, ¿eh general?”, le dijo el  Padre Pío.
El Padre Agostino escribió: puesto que una monja de Florencia me dijo que, después de la comunión, el Padre Pío se le apareció para confortarla y bendecirla, yo quise preguntarle al Padre Pío. ´¿A menudo haces también viajes hasta Florencia? una monja ha dicho esto´. El padre me contestó humildemente que fue a Florencia en bilocación”.
Una de las últimas bilocaciones conocida del Padre Pío fue la tarde anterior al día de su muerte.
El Padre Pío fue a saludar a Génova al cofrade Padre Humilde que se accidentó por una caída ocurrida el 29 de agosto de 1968.
Hacia las 16.30 del 22 de septiembre 1968 sor Ludovica va a ver al padre Humilde para llevarle una taza de té. La religiosa siente un fuerte perfume de flores que inunda todo el entorno. Como ella no conoce el origen del perfume, mira al fraile por una explicación.
El Padre Humilde con espontaneidad le dice: “el Padre Pío ha venido a saludarme y me ha dado su último adiós.”
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Al día siguiente se difunde la noticia de la muerte de Padre Pío.
Es conocido el caso de una muchacha que insistía en confesar el mismo pecado una y otra vez. El Padre Pío, luego de advertirle en repetidas ocasiones que Dios ya había perdonado esa falta, y que no debía confesarlo más. Y ante la desobediencia de la joven, le dijo claramente que si volvía a confesar el mismo pecado iba a recibir un cachetazo.
La muchacha, conociendo el temperamento del Santo del Gargano, pero no pudiendo resistir la tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en Roma.
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De inmediato, y ante su sorpresa, recibió un cachetazo en pleno rostro.
Un día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San Giovanni Rotondo. En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a torrentes. Pidió entonces al Padre Pío permiso para pasar la noche en el monasterio, pero este se negó.
Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver al pueblo sin paraguas?. Me voy a mojar hasta los huesos!.
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Yo lo acompañaré, repuso el Padre.
El señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la plaza, oyó la lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo, se encasquetó el sombrero para que el viento no se lo llevara, y salió. Una ráfaga violenta lo embistió, pero por sorpresa suya, solo le cayeron unas pocas gotas de lluvia. Qué fastidio, vendrá empapado!, le gritaron sus huéspedes no bien entró. ¡Pero si apenas llueve!. Vamos!, ¿cómo que apenas?. Si parece el diluvio universal!. Todini entonces les mostró que traía la ropa completamente seca, quedando todos estupefactos.  La “bilocación de la voz” es un fenómeno frecuente en él.
Sus hijos espirituales, y hasta personas extrañas a él, le han oído a grandes distancias dar noticias o consejos, y hasta amonestaciones.
Especialmente en medio del sueño, y han oído esa voz suya en forma clara y comprensible, pero sin ver al Padre Pío.
El 8 de mayo de 1926 una docena de fieles venidos de Bolonia esperaban al Padre en el vestíbulo del monasterio.
Recordemos que en 1926 no existía la puerta que comunica directamente la sacristía con el monasterio, de modo que el Padre estaba obligado a pasar por la iglesia si quería ir a la sacristía donde él confiesa.
Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: “¿Buscan al Padre Pío?, hace ya rato que está confesando”.
¿Cómo era posible, si ellos habían vigilado la entrada durante tres horas largas?.
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Hay que pensar que se había hecho invisible, y no era esa la primera vez.
Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con otros miembros de su compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?, preguntó con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero confesarme. Y dejando a sus compañeros a las carcajadas entró a la iglesia. Le dijeron que el Padre debía estar en la sacristía. Pero no se le encontró ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni en el jardín. Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado de esperar: está bien, me voy. ¡Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de convertirme. No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con el sacerdote. Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes.
Yo estaba aquí, hijos míos, he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron.
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Los fieles de San Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.
En San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían costumbre de reunirse en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la reunión tuvo lugar en el lugar del Comisario Trombetta. Su hijito Juan corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su madre, diciendo: ¡Mama, tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?, preguntó la madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. Ah! , ya se ha ido!. “La historia de Juanito” llegó a oídos de quien era su protagonista. Veamos Padre, ¿era realmente usted?.
¿Y quien querían que fuera?, contestó él con tono de fastidio.
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Siempre se muestra disgustado e intimidado cuando hace alusión a sus dotes sobrenaturales.
Pero con la falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los buenos vecinos de San Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba “realmente” en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: Cómo!, ¿lo dudan todavía?.
La señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la amenaza de que le amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un cuarto vecino, pidiendo que se evitara esa operación e invocando la ayuda del Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral de la puerta. El deseo de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la mente de la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en Génova estando en San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le ocurrió dudar de lo real de su presencia.
Arrojándose a sus pies, le suplicó: “Oh, Padre, salve a mamá!”.
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El santo la miró y le dijo simplemente: “Espere nueve días”.
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Ella iba a pedir una explicación, pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.
A la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la intervención quirúrgica, y ni las advertencias ni los consejos ni las súplicas de sus parientes, ni el mismo estado de la paciente que se agravaba por momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando los cirujanos examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al comprobar que la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y la señora estaba en vías de restablecimiento. Unas semanas más tarde la familia toda se dirigió a San Giovanni para agradecer al Padre la merced que les había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que se agradezca nada: “¡Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!”, es su abrupta manera de rechazar todo agradecimiento.
Para la inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en Roma, la Condesa Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre otras a su primo, el Cardenal Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La condesa y sus invitados estaban discutiendo el nombre que le darían al oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un relicario que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo.
Anoche, explicó el joven, el Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que trajese a la condesa ésta reliquia por la mañana, antes de la consagración de la capilla.
Días más tarde, la Condesa se presentó en San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la confirmación de ese relato. La señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de pronto un envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La infección le provocó una ictericia terrible, y los médicos la desahuciaron. Una pariente le aconsejó que confiase su situación al Padre Pío, a quien ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le apareció a plena luz un fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo sin tocarla. La enferma le preguntó entonces si su venida era señal de que había logrado la conversión de sus hijos o su próxima curación.
El capuchino afirmó: “El domingo por la mañana usted estará curada” y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.
Ya al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color normal, cedía la fiebre y pocos días después la señora pudo levantarse. Acompañada de su hermano, fue a San Giovanni para verificar la identidad de “su” fraile. Cuando divisó al Padre Pío en la iglesia, se dirigió a su hermano y le dijo al oído: “Es él, no hay duda de que es él”.
El Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo muy grave, golpeaban en la espalda tres veces mientras una voz le murmuraba.
“Soy el Padre Pío, soy el Padre Pío, soy el Padre Pío”. En el mismo momento lo invadió una ola de intenso calor, luego nada más. El niño se salvó.
El 21 de julio de 1921, Monseñor d’Indico de Florencia, estando sólo un su escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él. Se dio vuelta y vio desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo, fue en busca de un sacerdote y le contó lo que acababa de ocurrirle. Este le habló de alucinaciones: Monseñor estaba mortalmente angustiado por la salud de su hermana que estaba agonizando.
Cuando la fue a visitar, ésta (que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que su hermano, entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada tema.
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Mañana su fiebre habrá desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán ni rastros de su enfermedad.
Pero, Padre, ¿quién es usted entonces?, ¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura que sirve al Señor y soy dispersor de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito. Bese mas bien el signo de la Pasión, replicó mostrándole las manos. Y después de bendecirla, desapareció. Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días después estaba sana.
La Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante meses junto al lecho de su marido, sumamente grave de angina de pecho. Cierta noche invadió la habitación un penetrante perfume a flores, pero el enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos días de intervalo, la señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su intercesión, pues su marido estaba ya en coma.
El 27 de febrero, el enfermo pareció dormirse con sueño profundo y sereno.
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A la mañana siguiente, al despertar, dijo a su mujer: Estoy curado.
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Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor, abre los postigos y tómame la temperatura. No tenía ya ni rastros de fiebre.
El Padre Pío vino acompañado por otro fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me dijo: “Mañana se le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá levantarse”. Luego miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó largo rato junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia de violetas flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después, ambos esposos se dirigían a San Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso la mano en el hombro y con tono amistoso le dijo: “¡Como le ha hecho sufrir ese corazón!”.
Se cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso experimentar el don milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle simulando su enfermedad pasada.
Vuelve a tu casa, le dijo el sacerdote dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo, pues ya sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina misericordia.
Durante la segunda guerra mundial los norteamericanos instalaron una base aérea a algunos kilómetros de San Giovanni, cuando todavía había alemanes en la región. Llegó a la base la noticia de que allí había un depósito de municiones enemigas, y de inmediato se despachó un bombardeo con el pueblo del Gargano como objetivo.
El piloto a cargo de la misión estaba preparándose para lanzar las bombas, cuando ve junto a su avión en pleno vuelo a un monje con hábito capuchino, que con ambas manos le decía: “NO”.
El piloto, aterrado, soltó las bombas en el campo y volvió a su base. Cuando narró la historia al oficial a cargo de la base, un italiano del lugar que escuchaba le dijo que allí había un famoso cura milagrero. Juntos fueron a San Giovanni, y grande fue la sorpresa de todos cuando el piloto, viendo al Santo del Gargano, exclamó: ¡es él!.
UN FENÓMENO QUE EL MISMO PÍO NUNCA ENTENDIÓ
El Padre D’Apolito dijo que incluso el Padre Pío no entendía los fenómenos que lo rodeaban.
“Reconozco”citó el monje como diciendo, “que soy un misterio para mí.”
“Bajo cualquier aspecto que observé o estudié”, agregó D’Apolito, “Yo estaba cada vez más convencido de que no he entendido nada de él”. 
“Externamente, el estado de éxtasis del Padre Pío era lo mismo que si estuviera dormido“, escribió el Padre Charles Mortimer Carty, otro biógrafo.
“Los miembros de su cuerpo eran insensibles a las influencias externas.”
El mismo Pio fue quien describió bilocación como una “prolongación” o “extensión” de su personalidad.
“Sólo sé que es Dios quien me envió”, respondió el Padre Pío cuando se le preguntó al respecto.
“No sé si estoy allí con mi alma o el cuerpo, o ambos.”

Fuentes:

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