Convertir el corazón
a Jesús implicó la renuncia de las cosas del mundo.
Por: Diego José Zepeda Martínez | Fuente: Siame.mx
Por: Diego José Zepeda Martínez | Fuente: Siame.mx
Mi nombre es Diego José Zepeda Martínez, tengo
23 años y curso el primer año de Filosofía en el Seminario Conciliar, bajo el
patrocinio de Nuestra Señora de Guadalupe.
Mi llamado inició a la edad de 4 años, sí,
estando yo en el 2º año de kínder, en el Colegio Los Ángeles de México, a cargo
de la congregación religiosa de las Hermanas de los Pobres Siervas del Sagrado
Corazón. En aquel entonces acudía con mi familia todos los domingos a la Santa
Misa, y recuerdo que me llamaba mucho la atención la manera de celebrar de mi
entonces párroco, el P. Abel Fernández Valencia, E.P.D. Debo reconocer que
siempre me dormía en sus homilías, pero llegado el momento del ofertorio, no
perdía detalle. A esa edad jugaba a celebrar la Misa, un paquete de obleas
blancas y un jugo de uva hacían las especies eucarísticas; una túnica blanca de
pastorela, y un cinturón verde tejido, mi alba y mi estola; repetía las
fórmulas consagratorias, que ya tenía muy bien aprendidas.
El tiempo pasó, y a la edad de 12 años, expresé
a las hermanas religiosas mi inquietud de ser sacerdote. El P. Eduardo Mercado,
quien celebraba la Misa en la escuela, me recomendó esperar a terminar la
secundaria para poder ingresar al seminario. El tiempo tomó su curso, y la idea
de ser sacerdote había quedado en un aparente olvido. Realicé mis estudios de
bachillerato en el CECyT 11 del IPN y posteriormente ingresé a la UPIICSA en la
carrera de Ingeniería Industrial. Ahí, el llamado volvió a hacer presente, pero
ahora con mayor fuerza.
Las preguntas sobre el rumbo y el valor de mi
vida comenzaron a aparecer. En la parroquia inicié un camino discipular y
misionero de Jesús, las directrices de mi párroco, Rubén Sandoval Meneses, me
ayudaron bastante a discernir este llamado y a tomar la mejor decisión. Hoy
agradezco a este santo sacerdote, quien con su exigencia, cercanía y apoyo
incondicional me han enseñado a discernir y a amar con mayor profundidad a la
Iglesia, y desde el amor, responder al Señor.
Convertir el corazón a Jesús no fue fácil.
Implicó la renuncia de las cosas del mundo, me gradué de la universidad, ejercí
la carrera, y sólo después de haber discernido en la vida del mundo, pude darme
cuenta que para mí la felicidad más plena se encontraba en la realización como
sacerdote. Todo esto lo logré gracias al acompañamiento vocacional, y desde
luego a la amistad, motivación, confianza y aprecio que me brindó el P. Gabriel
Piña Landa, quien fue mi promotor vocacional.
Ingresé al Seminario Conciliar de México aquel
glorioso domingo 14 de agosto de 2017, en víspera de la Asunción de María, y ha
sido ella quien desde la ternura de su inmaculado corazón ha querido caminar
conmigo, para configurarme con su Hijo el Buen Pastor.
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