VATICANO, 15 Nov. 17 / 04:25 am (ACI).- Ser humildes y dejarse
sorprender por Dios: estas son las dos condiciones indicadas por el Papa
Francisco, durante la Audiencia General de este miércoles 15 de noviembre, para
poder encontrarse con Dios en la Eucaristía.
En su catequesis,
el Santo Padre señaló que “la Misa es oración, aún más,
es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime y, al mismo tiempo,
la más concreta. De hecho, es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra
y el Cuerpo y la Sangre de Jesús”. Afirmó que para comprender la belleza
de la celebración eucarística hay que tener ese aspecto en cuenta.
Por lo tanto, humildad y confianza son requisitos esenciales para
recibir al Señor. “En primer lugar, ser humildes,
reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino
de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que
los niños saben fiarse, saben que alguno se preocupará de ellos, de aquello que
comerán, de aquello que llevarán, y así todo”.
“La segunda predisposición, también propia de los
niños, es dejarse sorprender –continuó el Pontífice–. El niño hace siempre mil
preguntas porque desea descubrir el mundo, se maravilla de las cosas pequeñas
porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los Cielos es
necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración,
¿nos dejamos maravillar? ¿Nos dejamos sorprender? Porque el encuentro con el
Señor es siempre un encuentro vivo”.
Si la Eucaristía es oración, “¿qué es la
oración?”, se preguntó Francisco. “Es, sobre
todo, diálogo, una relación personal con Dios. El hombre ha sido creado como
ser relacional que encuentra su plenitud relacionándose en el encuentro con su
Creador”.
En la catequesis señaló también que “el
Libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios,
el cual es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor y de
unidad. De ella podemos comprender que nosotros hemos sido creados para entrar
en una relación perfecta de amor, en un continuo entregarse y recibirse para
poder encontrar así la plenitud de nuestro ser”.
“Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la
llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y Él le responde: ‘Yo soy el
que es’. Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y,
de hecho, inmediatamente después añade: ‘El Señor, el Dios de vuestros padres,
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’”, subrayó el Papa.
De esta manera, “también Cristo, cuando
llama a sus discípulos, los llama para que permanezcan con Él. Esta es la
gracia más grande: poder experimentar que la Eucaristía es el momento
privilegiado para estar con Jesús y, por medio de Él, con Dios y con los
hermanos”.
El Pontífice invitó a “rezar como un
verdadero diálogo”, y recordó que ese diálogo “también
implica saber permanecer en silencio. En silencio junto a Jesús. Del misterioso
silencio de Dios surge su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo
nos enseña cómo es posible ‘estar’ verdaderamente con el Padre y nos lo
demuestra con su oración”.
“Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira
a un lugar aparte para rezar; los discípulos, viendo su íntima relación con el
Padre, sienten el deseo de poder participar, y le piden: ‘Señor, enséñanos a
rezar’. Jesús responde que la primera cosa necesaria para rezar es saber decir
‘Padre’, es decir, ponerse en su presencia con confianza filial. Pero para
poder aprender, es necesario reconocer humildemente que necesitamos ser
instruidos, y decirlo con sencillez: enséñame a rezar, Señor”.
Por ello insistió en la necesidad de pedirle al Señor: “Señor, enséñame a rezar”.
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