jueves, 9 de noviembre de 2017

PROFECÍAS DE JUAN PABLO II SOBRE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN

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El 9 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría. Se extendía a lo largo de 45 kilómetros que dividía la ciudad de Berlín en dos. A mediados de los ’80, cuando nadie soñaba en la caída del comunismo, Juan Pablo II profetizó la caída del muro. Y el mismo 9 de noviembre de 1989, Juan Pablo II profetizó que en 10 días se terminaba el comunismo. Ese día cayó definitivamente el muro y 9 días después cayó Praga y comenzó el efecto dominó.
Esto parte de una serie de sucesos que abrieron el diálogo entre los soviéticos y la santa sede durante el pontificado de Juan XXIII.
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Que continuó Pablo VI con la Ostpolitik y al que Juan Pablo II le dio el impulso final.
El 9 de noviembre de 1989 aparecieron anuncios de radio y televisión en la RFA y Berlín Oeste que decían “¡El Muro está abierto!”. No había tal cosa. Pero muchos miles de berlineses del este se presentaron en los puestos de control y exigieron pasar al otro lado. Sin una orden concreta, pero bajo la presión de la gente, el punto de control de Bornholmerstrase se abrió a las 23 hs., seguido de otros puntos de paso. Pero la verdadera avalancha tuvo lugar a la mañana siguiente. El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves 9 de noviembre al viernes 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su construcción.
LA CONSTRUCCIÓN Y CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN
Entre 1949 y 1961, alrededor de 2,7 millones de personas habían abandonado la RDA y Berlín Oriental
Alrededor de la mitad de esa corriente migratoria estaba compuesta por gente joven de menos de 25 años y esto suponía un gran problema. Alrededor de medio millón de personas pasaba cada día la frontera en ambas direcciones y de esta manera, podían comparar las condiciones de vida de ambos lados. Solamente en el año 1960, alrededor de 200.000 personas se mudaron de forma definitiva al Oeste. La RDA se encontraba al borde del colapso social y económico.
Aún el 15 de junio de 1961, el presidente del Consejo de Estado de la RDA, Walter Ulbricht, declaraba que nadie tenía la intención de construir un muro [Película 0,81 MB].
En las primeras horas de la mañana del 13 de agosto de 1961, en la frontera del sector soviético hacia Berlín Oeste se erigieron barreras y fueron arrancados los adoquines de las calles.
En los días siguientes, obreros de la construcción de Berlín Este sustituyeron, bajo la estricta vigilancia de los guardias fronterizos de la RDA, los rollos de alambre de púas que se habían estirado en la frontera con Berlín Oeste por un muro construido con paneles de hormigón y piedras de grandes dimensiones. Ya en el año 1961, muchas casas fueron desalojadas a la fuerza, tanto en la Bernauer Straße como en otras calles limítrofes. De un día para otro, calles, plazas y casas quedaron divididas y, a causa de la construcción del Muro, quedó interrumpido el transporte urbano.
En la noche del 9 de noviembre de 1989, poco antes de las 19.00 horas Günter Schabowski, Secretario del Comité Central, anunciaba de forma inesperada al final de una conferencia de prensa que entraba en vigor una nueva reglamentación de salida del país para los ciudadanos de la RDA. Después de que las noticias del primer canal público de la televisión alemana, ARD, hubiesen difundido, a las 20:00 horas, la declaración de Schabowski como la noticia más importante del día bajo el título “La RDA abre sus fronteras”, cada vez más berlineses del Este empezaron a amontonarse frente a los pasos fronterizos hacia Berlín Occidental para hacer uso inmediato de su nuevo derecho. Para los guardias fronterizos, que no estaban informados, la situación era, inicialmente, muy poco clara. Para aliviar la creciente presión de las masas, los guardias del paso fronterizo de Bornholmer Straße dejaron pasar a los primeros ciudadanos de la RDA hacia Berlín Occidental a partir de las 21:20. No obstante, alrededor de las 23:30 la conglomeración de gente fue tan grande que el responsable del servicio de control, aún sin haber recibido todavía órdenes oficiales, abrió finalmente la barrera. Alrededor de 20.000 personas pudieron pasar en las siguientes horas el puente Bösebrücke sin pasar por control alguno. El resto de los pasos fronterizos de la ciudad fueron abiertos en el transcurso de la noche. A raíz de la revolución pacífica en la RDA y los cambios políticos de los estados de Europa del Este, había caído aquella noche el Muro de Berlín.
CÓMO DESARMÓ LA DIPLOMACIA VATICANA EL MAYOR FLAGELO DEL SIGLO XX
En la historia ha quedado registrado que Juan Pablo II tuvo un papel clave en la caída del Muro de Berlín, en el colapso de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.
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Sin embargo la erosión de comunismo comenzó con un movimiento estratégico de Juan XXIII, que luego continuó profundizando Pablo IV.
Quizás dentro de unos siglos la historia recuerde esta intervención vaticana como comparable a la de la Batalla de Lepanto el 7 de octubre de 1571 (ver aquí).
A pesar de estos triunfos hoy estos dos enemigos están en auge de nuevo pero con otras caras y otra metodología.
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Los musulmanes a través de una nueva ideología supremacista haciendo limpieza de cristianos en oriente medio e invadiendo demográficamente Europa.
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Y el comunismo se ha entronizado en Europa, Estados Unidos y América del Sur con otro rostro, bajo la metodología del marxismo cultural (ver aquí).
 
Juan XXIII inició un diálogo con la Unión Soviética, que llevó a la eventual caída de la Cortina de Hierro. 
En 1961, el cumpleaños del “Papa Bueno” se convirtió en la ocasión para la primera comunicación entre la Unión Soviética y el Vaticano desde la Revolución de Octubre de 1917.
Semen Kozyrev, el embajador soviético en Italia, envió un saludo de cumpleaños al Papa que decía: “En nombre de [Premier Nikita] Khrushchev, se me ha confiado la tarea de comunicar a Su Santidad, el Papa Juan XXIII, con motivo de su 80 cumpleaños, mis felicitaciones y sinceros deseos para la buena salud y el éxito en la continuación de la noble aspiración de contribuir al fortalecimiento y consolidación de la paz en la tierra y la solución de problemas internacionales a través de pronunciamientos francos”.
Juan XXIII escribió una respuesta a mano, en papel con membrete con su escudo de armas. La respuesta fue devuelta a Kozyrev a través del arzobispo Carlo Grano, quien fue nuncio apostólico en Italia.
Su respuesta decía:
“Su Santidad el Papa Juan XXIII, extiende su agradecimiento por los deseos y expresa a usted y para todo el pueblo ruso también, sus cordiales deseos para el crecimiento y la consolidación de la paz universal, a través de la comprensión mutua de la fraternidad humana: Para esto, él ora fervientemente”.
Este intercambio abrió un canal de comunicación entre los estados.
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Y cuando surgió al año siguiente la Crisis de los Misiles de Cuba, Juan XXIII la utilizó para enviar un mensaje a la Unión Soviética, así como a los Estados Unidos.
Su mensaje en esa oportunidad, concluyó pidiendo: “que todos los gobiernos no permanezcan sordos a este grito de la humanidad: que hagan todo lo que esté a su alcance para salvar la paz…”.
El mensaje fue entregado tanto a las embajadas de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fue transmitido por Radio Vaticano, y también fue publicado en la primera página de Pravda, el periódico oficial del Partido Comunista soviético. La diplomacia de beato Juan XXIII también dio lugar a la liberación del cardenal Josyf Slipyj, arzobispo ucraniano de Lviv, desde un gulag el 25 de enero de 1963. El cardenal Slipyj había sido arrestado por los soviéticos en 1945 y pasó gran parte de su tiempo desde entonces en un campo de internamiento de Siberia. La Santa Sede había abogado durante mucho tiempo por su liberación, pero no fue hasta el pontificado de Juan XXIII que el cardenal fue liberado por Khrushchev.
Un mes después, Alexei Adzhubei, editor del periódico del gobierno soviético Izvestia y yerno de Khrushchev, estuvo de visita en Roma y quiso conocer al Papa.
A pesar  que muchos funcionarios del Vaticano estaban en contra de la reunión, con el consejo del cardenal Giuseppe Siri de Génova, el Beato Juan XXIII se reunió con Adzhubei y su esposa, Rada, el 7 de marzo de 1963.
Esta serie de eventos allanaron el camino para la estrategia de la Ostpolitik de Pablo VI.
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Por la que entabló un diálogo con funcionarios del Pacto de Varsovia para mejorar las condiciones de los cristianos en esas naciones.
Este proceso siguió hasta que hizo eclosión con los esfuerzos de Juan Pablo II abriendo una brecha a través de Polonia.
 
LOS ACTORES FINALES
Mijail Gorbachov no tuvo reparo reconocer públicamente que la intervención de Juan Pablo II fue decisiva en los acontecimientos que culminaron, en noviembre de 1989, con el derribo del muro de Berlín y con todo el sistema comunista en Europa.
Desde Polonia, dos destacadas personalidades católicas, una política y la otra religiosa, estaban destinadas a ser protagonistas de la historia, entre otras cosas, por su influencia en la caída del muro de Berlín.
El Papa Juan Pablo II contribuyó decisivamente a la caída del muro, al respaldar en todo momento a Lech Walesa en sus aspiraciones de hacer desaparecer el comunismo de la tierra natal de ambos y las de derribar la muralla que dividía Berlín.
Lech Walesa, premio Nóbel de la Paz en 1983, llegó a convertirse en el primer presidente postcomunista de Polonia desde 1990 hasta 1995.
 
LOS VIAJES DEL PAPA A POLONIA
Nadie discute hoy que sin los viajes del Papa a Polonia no se podría haber puesto en marcha el llamado “efecto dominó”, que, partiendo del ejemplo polaco, contagió a las demás naciones marxistas del entorno, incluida la Unión Soviética.
En el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia, poco después de ser elegido Papa, el 2 de junio de 1979, el nuevo Papa animó a sus compatriotas a plantarle cara al tirano, en lo que su biógrafo George Weigel define como el comienzo para desmantelar la Unión Soviética.
“Espero sinceramente que mi viaje actual en Polonia puede servir a la gran causa del acercamiento y de la colaboración entre las naciones”, dijo 2 de junio al llegar a Varsovia.
“que pueda ser útil para la comprensión recíproca, la reconciliación y la paz en el mundo contemporáneo.  Deseo, finalmente, que el fruto de esta visita pueda ser la unidad interna de mis compatriotas y también un desarrollo más favorable de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en mi amada patria”.
Recordó a las autoridades civiles de la nación que “la paz y el acercamiento de los pueblos sólo se puede lograr en el principio de respeto de los derechos objetivos de la nación, tales como: el derecho a la existencia, a la libertad, a ser un sujeto social y político, y también para la formación de su propia cultura y de la civilización”.
Consagrando su tierra natal a la Virgen de Czestochowa el 4 de junio, le confió “todos los difíciles problemas de las sociedades, los sistemas y los estados, son problemas que no se pueden resolver con el odio, la guerra y la autodestrucción. Sino sólo por la paz, la justicia y el respeto a los derechos de las personas y de las naciones”
Y al salir de Polonia el 10 de junio dijo:
“Nuestros tiempos tienen una gran necesidad de un acto de testimonio expresando abiertamente el deseo de unir a las naciones y regímenes, como una condición indispensable para la paz en el mundo.
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Nuestros tiempos exigen que no debemos encerrarnos en los límites rígidos de sistemas, sino buscar todo lo que sea necesario para el bien del hombre.
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Que debe encontrar en todas partes el conocimiento y la certeza de su auténtica ciudadanía”.
“Gracias, entonces, por esta visita, y espero que sea de utilidad y que en el futuro vaya a servir a los objetivos y valores que tuvo la intención de lograr.”
 
LA FIGURA DE LECH WALESA
El ejemplo de Juan Pablo II inspiró a Lech Walesa, un electricista que fundó el sindicato Solidaridad al año siguiente. En septiembre de 1981, no por casualidad y gracias al apoyo moral y económico del Vaticano, se podía celebrar en los astilleros de Gdansk el primer congreso de un nuevo sindicato, original y extrañamente libre dentro del férreo mundo marxista. Había nacido «Solidarnosc», «Solidaridad».
Era una experiencia tan espectacular para la Polonia marxista como para el Occidente.
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Que contemplaba asombrado cómo los obreros iban a misa y se confesaban en público mientras hacían huelga para defender sus derechos.
La Iglesia mostró las deficiencias del “socialismo real”.  Y que el cristianismo no era “opio de los pueblos”, sino un motor de cambio, de revolución, de lucha por la justicia sin olvidar en ningún momento la paz ni el mensaje de la no violencia activa.
Aquel fue el principio del fin del marxismo.
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El día en que los obreros marcharon contra los teóricos defensores del proletariado se acabó la falacia.
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Lo extraordinario, lo que rompía todos los esquemas hasta el momento fue que lo hicieron entonando himnos a la Patria, a Dios y a la Virgen.
Lech Walesa recuerda, “La caída del muro de Berlín fue el efecto y no la causa de los cambios. El camino hacia la libertad había empezado ya antes en Polonia. Otras naciones entendieron y aplicaron el mensaje y la misión de Solidarnosc, y precisamente esta Solidarnosc «internacional» junto a los cambios realizados en otros países libres, se convirtieron en luz y fuente de esperanza. Hubo muchos factores que provocaron el colapso. Fue un proceso que se inició significativamente en 1980 en el astillero de Gdansk, y después de muchos años de lucha trajeron consigo un proceso de cambios hacia la libertad. En este camino Juan Pablo II tuvo un rol decisivo para que sucediera de esta manera, pacífica y efectiva, y no de otra. Desde Polonia, el catolicismo minó al pacto de Varsovia”.
“Muchas veces sentí y realmente noté la mano de la providencia divina.
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Siempre traté de actuar según mi conciencia y en momentos decisivos decía en silencio y con gran intensidad:
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«¡Madre de Dios, ayuda!» Y siempre lo ha hecho”.
 
LOS APOYOS INTERNACIONALES
Juan Pablo II intervino no sólo en la gestación de “Solidaridad”.
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Sino en la búsqueda de apoyos internacionales políticos y económicos para conseguir que la experiencia naciente no fuera aplastada por el poder del Estado comunista.
Sus siguientes viajes a Polonia sirvieron para animar a la gente en la lucha que estaba comenzando. En junio de 1983 fortalece el nuevo movimiento y esa lucha se ve apoyada por otro acontecimiento histórico, la llegada al poder en la Unión Soviética de Mijail Gorbachov en marzo de 1985. Éste decidió, el 7 de abril de ese mismo año, empezar el deshielo con la supresión de los misiles de alcance medio en Europa. Estaba agobiado por las crecientes dificultades económicas y, también, por los problemas nacionalistas que empezaban a surgir por doquier en la Unión. Después vendrían las reuniones con Reagan para negociar el desarme y, como una puntilla, el desastre nuclear de Chernobil en abril de 1986.
 
EL PEDIDO DE DEMOCRACIA DE JUAN PABLO II
Amparándose en los nuevos aires que venían del amo soviético, Juan Pablo II apretó el acelerador.
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Y en su tercer viaje a Polonia, en junio de 1987, reclamó ya abiertamente la democracia.
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El efecto que se produjo en la nación fue inmenso.
Poco antes, en enero de ese mismo año, Gorbachov había puesto en marcha la «perestroika» y la «glasnost». Desde ese momento los acontecimientos se precipitaron.
En 1988 los soviéticos se retiraron de Afganistán.
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Y el 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín, verdadero símbolo de un telón de acero que encarcelaba a Europa.
Ese 9 de noviembre significaba también el fin de la guerra fría. Gorbachov, con la extensión de su perestroika (reestructuración) fuera de las fronteras rusas, fue el encargado de relajar la presión sobre los países satélites de la antigua Unión Soviética y de facilitar la apertura a Polonia y Hungría. Una política que, junto a la glasnost (transparencia), acabó por destruirle políticamente, al no contentar ni a los ortodoxos ni a los reformistas. El golpe de Estado de 1991 fue el punto final. Admirado fuera de sus fronteras, Gorbachov recibió el Premio Nóbel de la Paz el 1990, un año después de la caída del muro. Reagan, por su parte, que impulsó una fuerte corriente conservadora en los Estados Unidos durante su mandato de 8 años, que acabó precisamente en enero del mismo año en que cayó el muro, contribuyó al mismo tiempo a liquidar la Guerra Fría. Llegó a celebrar hasta 5 cumbres con Gorbachov, en las que se firmaron importantes acuerdos de desarme. Premonitorias fueron sus palabras dirigidas al primer mandatario ruso ante la puerta de Brandenburgo un 12 de junio del 87: “Señor Gorbachov, haga caer este muro”.
Todo este proceso que se realizó sin disparar ningún tiro muestra sin duda la guía divina. Y su profeta fue Juan Pablo II.
 
LOS “SERVICIOS SECRETOS” DEL CIELO LE AVISARON A JUAN PABLO II
A mediados de los 80, cuando los propios alemanes ni siquiera soñaban con la reunificación, Juan Pablo II aseguró al arzobispo de Colonia, el cardenal Joaquín Meisner, que sería “el primero de muchos alemanes del Este que vayan a Alemania occidental”. Su fuente -añadió- eran sus servicios secretos de Arriba. Y el entonces cardenal Ratzinger tenía asumido que se trataba de los “misterios de fe” del Papa.
“Serás el primero de muchos alemanes del Este que vayan a Alemania occidental, y muchos alemanes del Oeste irán a Alemania oriental”.
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Juan Pablo II le hizo este anuncio al entonces obispo de Berlín, el luego cardenal Joaquín Meisner, en septiembre de 1987, al anunciarle su nombramiento como arzobispo de Colonia.
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El cardenal contó en público esta anécdota en el 22º aniversario de la reunificación alemana.
 
FUE UNA PROFECÍA SIN CRÉDITO EN EL MOMENTO
El Papa Wojtyla -explicó el cardenal Meisner- quería vencer con esas palabras los reparos del cardenal Meisner, que consideraba imposible, por coherencia, aceptar el nuevo cargo.
En ese tiempo, el cardenal era Presidente de la Conferencia Episcopal de Berlín, y siempre intentaba convencer a sus fieles de que no huyeran de la República Democrática de Alemania, diciéndoles que “nuestra tarea está aquí”.
La reunificación de Alemania parecía por aquel entonces tan lejana, que el cardenal no dio crédito a las palabras del Papa.
“Santo Padre, no estás hablando ex cathedra, sino ex banco del jardín”, pues estaban en ese lugar del palacio de Castelgandolfo.
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Juan Pablo II reconoció que no hablaba ex cathedra, pero el Papa tiene razón”.
Ante la seguridad del Santo Padre, el cardenal Meisner le preguntó si tenía información privilegiada de los servicios secretos.
La respuesta fue: “Arriba está mi servicio secreto”.
Al día siguiente, movido por la sorpresa y la curiosidad, Meisner le preguntó a su compatriota, el cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación  para la Doctrina de la Fe: “¿Tú cómo te lo explicas?” Éste afirmó:
“El Papa tiene sus misterios de fe, en eso no entro”.
Poco más de dos años después, caía el Muro de Berlín, un acontecimiento histórico, del que se cumple un cuarto de siglo. Pero hay más.
 
LA PROFECÍA DE 1989
En la noche antes que el Muro de Berlín cayera, el ganador del Premio Templeton, el Padre Tomas Halik, visitó a Juan Pablo II.
Recuerda que el Papa se apartó de la televisión, que mostraba las protestas en Alemania, y dijo:
“Este es el fin del comunismo”.
Halik recuerda haber respondido: “Santo Padre, disculpe. No creo que la infalibilidad papal trabaje en el mundo político. Vamos a tener cinco años de la perestroika”.  Y él dijo:
“No, no, esto vendrá en 10 días”
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Y tenía razón.
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Al día siguiente, el Muro de Berlín cayó y nueve días después el régimen comunista en Praga se derrumbó también.
Esa fue también la semana en que fue canonizada Agnes de Praga, y para el sacerdote, filósofo y académico, fue el cumplimiento de la profecía de que cuando Agnes fuera declarada santa, Bohemia tendría un brillante futuro.

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