miércoles, 14 de febrero de 2018

NO, LOS CAMBIOS DE PARADIGMA NO EXISTEN EN LA IGLESIA


En los agitados tiempos en los que nos ha tocado vivir, cuando numerosos pastores, en vez de edificarnos en la fe, nos castigan a diario con estrambóticos declaraciones (en el mejor de los casos) o afirmaciones abiertamente heterodoxas, resulta confortador que se alcen voces que, de forma respetuosa pero firme, nos recuerdan las enseñanzas de la Iglesia. Es el caso del último artículo publicado por George Weigel en First Things, La Iglesia Católica no hace “cambios de paradigma”, que me ha parecido especialmente oportuno por recuperar algo que me parece vital: el concepto de “desarrollo doctrinal” (cuándo se puede aplicar y cuándo lo que hay es corrupción, ruptura o herejía) y el profundo estudio que el Beato John Henry Newman realizó al respecto y sobre el que escribí una entrada titulada Las siete notas de Newman para distinguir desarrollo doctrinal de corrupción. Fue Newman quien, por ejemplo, advertía que “una doctrina será un desarrollo verdadero y no una corrupción, en proporción a cómo parezca ser el resultado lógico de su enseñanza original” o que “los que contradicen e invierten el curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual tuvieron su origen son ciertamente corrupciones”.
Comparto pues con ustedes la traducción que he hecho del clarificador texto de Weigel:
“Desde que Thomas Kuhn la popularizase en su libro de 1962, “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, la noción de un “cambio de paradigma” ha generado fascinantes discusiones sobre si esto o aquello rompe con lo que anteriormente se consideraba un paradigma científico unitario. Pero que un “cambio de paradigma” - como el “cambio” de la cosmología de Sir Isaac Newton a Albert Einstein, o el cambio de la teoría del miasma de la enfermedad a la teoría del germen de la enfermedad - es una ruptura en la continuidad no se discute. Un “cambio de paradigma” señala una ruptura dramática, repentina e inesperada en la comprensión humana, y por lo tanto, algo así como un nuevo comienzo.
Entonces, ¿hay “cambios de paradigma” en la Iglesia?
Parece que tenemos evidencia bíblica de uno en el primer capítulo de la Carta a los Gálatas, donde San Pablo describe, muy telegráficamente, cómo llegó a comprender una verdad asombrosa: que la salvación prometida al pueblo de Israel en la alianza hecha con Abraham y Moisés se había extendido a los gentiles. Algunos podrían encontrar otro “cambio de paradigma” en el primer capítulo del Evangelio de San Juan, en el cual se identifica a Jesús de Nazaret como la “Palabra” que “estaba en el principio con Dios".
Sin embargo, estos son asuntos de revelación divina, y como la Iglesia siempre ha creído y enseñado, la Revelación terminó con la muerte del último apóstol. Así que la evolución de la comprensión de la Iglesia sobre el Evangelio a lo largo de los siglos no es una cuestión de “cambios de paradigma", ni de rupturas, ni de cortes radicales y nuevos comienzos; es una cuestión de lo que los teólogos llaman el desarrollo de la doctrina. Y como el Beato John Henry Newman nos enseñó, el desarrollo doctrinal auténtico es orgánico y en continuidad con “la fe que ha sido entregada a los santos de una vez por todas"(Jds 1: 3). La Iglesia Católica no hace rupturas: eso se intentó hace 500 años, con resultados catastróficos para la unidad de los cristianos y la causa de Cristo.
Por eso fue desafortunado que el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, calificara recientemente Amoris Laetitia, la exhortación apostólica del Papa Francisco sobre el matrimonio y la familia, como un “cambio de paradigma".
Tal vez el Cardenal Parolin quiso decir “cambio de paradigma” en algún otro sentido que el de Thomas Kuhn (aunque la noción de Kuhn del “cambio de paradigma como ruptura” es la comprensión común del término). Quizás el cardenal estaba sugiriendo que Amoris Laetitia pedía a todas las personas de la Iglesia que trataran a aquellos que no se han casado en la Iglesia pero que desean ser parte de la comunidad católica con mayor sensibilidad y caridad (una propuesta a tener en cuenta, aunque la compasión es la norma en las situaciones con las que estoy más familiarizado). Pero sea lo que sea que haya intentado decir, el cardenal no puede haber querido decir que Amoris Laetitia es un “cambio de paradigma” en el sentido de una ruptura radical con las interpretaciones católicas previas. Porque la Iglesia Católica no hace “cambios de paradigma” en ese sentido del término, y el mismo Papa ha insistido en que Amoris Laetitia no propone una ruptura con las doctrinas establecidas de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio y las condiciones para recibir la Sagrada Comunión.
Sin embargo, donde algo similar a un “cambio de paradigma” del tipo de Kuhn está en marcha, es en la recepción de Amoris Laetitia en varias iglesias locales, y esto es muy preocupante. La implementación pastoral de Amoris Laetitia ordenada en Malta, Alemania y San Diego es bastante diferente de lo que se ha ordenado en Polonia, Phoenix, Filadelfia, Portsmouth, Inglaterra y Edmonton, Alberta. Debido a esto, la Iglesia Católica está comenzando a parecerse a la Comunión Anglicana (en sí misma producto de un “cambio de paradigma” traumático que le costó la cabeza a John Fisher y Tomas Moro). Porque en la Comunión Anglicana, lo que se cree, celebra y practica en Inglaterra es bastante diferente de lo que se cree, celebra y practica en Nigeria o Uganda.
Esta fragmentación no es católica. El catolicismo significa un Señor, una fe, un bautismo y la unidad es una de las cuatro marcas distintivas de la Iglesia. Esa unidad significa que la Iglesia encarna el principio de no contradicción, de modo que un pecado grave en el lado polaco del río Óder no puede ser una fuente de gracia en el lado alemán del mismo río.
Algo está roto en el catolicismo de hoy en día y no se va a arreglar apelando a cambios de paradigma. En los primeros siglos de la era cristiana, los obispos se enfrentaron abiertamente y, cuando fue necesario, se corrigieron fraternalmente unos a otros. Esa práctica es tan esencial hoy como lo fue en los días de Cipriano y Agustín, sin mencionar a Pedro y Pablo.
Permítanme una última broma en cuestiones tan serias: ahora sólo faltaría que el cardenal escribiera cien veces “La Iglesia Católica no hace cambios de paradigma”, a ver si así le queda claro.
Jorge Soley

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