miércoles, 14 de febrero de 2018

YO NO ELEGÍ SER SACERDOTE


II.  Yo, Leandro Daniel Bonnin, sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo, me ofrezco totalmente a vos.

Madre: a muchos hermanos en la fe, incluso a algunos muy comprometidos con la vida de la Iglesia, les resulta un verdadero misterio que alguien pueda decidir ingresar en el Seminario y ser cura. Me lo han preguntado con variadas formulaciones en muchas oportunidades:

¿Por qué soy sacerdote?

¿Por qué “elegí” este modo de vida?

Y algo es muy claro: yo no elegí ser sacerdote… La frase de tu Amado Hijo en la última cena: “no son ustedes los que me eligieron, sino que yo los elegí…” se aplica a cada uno de los que a lo largo de los siglos ingresamos en este ministerio apostólico.

Yo no elegí ser sacerdote. No fue una opción luego de pensarlo mucho tiempo, no me incliné a esta consagración porque me gustaba ayudar a la gente, o hablar en público, o gestionar una comunidad… No lo elegí -mucho menos- porque no sabía qué hacer con mi vida, o porque no encontraba alguien que me quisiera para formar una familia…

Soy sacerdote porque Jesús me eligió para eso y, al descubrir ese plan y ese proyecto, decidí aceptar: “Aquí estoy. Envíame”

Y esta respuesta, Ma, lejos de esclarecer el “misterio", lo hace aún más oscuro.

¿Por qué te eligió Dios?

¿Cómo te diste cuenta?

Me eligió por pura misericordia. Sin mérito de mi parte. Sin que yo haya hecho nada de nada para merecerlo. 

Me eligió gratuitamente, desde antes de la Creación del mundo para “reproducir la imagen del Hijo” (Rom 8,28). Me eligió “antes que me formara en el seno de mi madre” (Jer 1) Me pensó y me soñó sacerdote, y en función de ese llamado pensó cada circunstancia concreta de mi vida.

Me eligió conociendo, incluso, todos los pecados que yo iba a cometer… por pura misericordia.

¿Cómo lo supe? 

No fue un Ángel del Cielo, ni una voz. Ni sentí olor a rosas, ni un Crucifijo de pronto tomó vida.

Fue  un domingo por la mañana, pocos días después de tu Fiesta, Madre del Rosario. Era un domingo parecido a muchos otros. Fue un acontecimiento único en dos momentos: una charla con un amigo a punto de ingresar al Seminario y una Misa bajo una lluvia torrencial, con tres o cuatro personas más.

Fue experimentar de pronto, en lo más íntimo de mi alma, la certeza de que en el Sacerdocio todos mis anhelos se verían satisfechos. En ese momento, mi horizonte adolescente se amplificó hasta el infinito. Fue algo completamente inesperado y novedoso, y a la vez, fue como si de pronto todo lo anterior no hubiera sido más que una preparación para aquel día.

Fue terminar la Celebración con una certeza enorme instalada en el más rofundo centro de mi ser: Jesús quiere que sea sacerdote. No sé dónde, ni cuándo, ni por donde comenzar, pero tengo la certeza de que así es, y así será.

El llamado que recibí aquella mañana lluviosa de 1994 resonó una y otra vez a lo largo de cada año de formación, hasta que se transformó en la voz audible del rector del Seminario, quien, el 19 de noviembre de 2005, en una Catedral llena de fieles, dijo en alta voz: “acérquense los que van a ser ordenados presbíteros… Leandro Daniel Bonnin". Yo respondí, al igual que mis compañeros que también fueron llamados por su nombre: “aquí estoy, Señor". Y luego el obispo dijo: “elegimos a estos hijos para el orden del presbiterado". Toda la asamblea cantó: “Te doy gracias, Señor por tu amor… no abandones la obra de tus manos”

Soy sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo. Por pura misericordia, sacerdote por toda la eternidad. No por un tiempo, por unos años, o mientras dure el entusiasmo o la “luna de miel": para siempre.

Por siempre, Madre, quiero continuar cantando: “Te doy gracias… por tu amor, por tu misericordia, por tu paciencia, por levantarme en las caídas… No abandones -Alfarero divino- la obra de tus manos. No abandones, Madre tierna, esta pequeña y pobre obra de tus manos maternales. Yo me ofrezco totalmente a vos".


Leandro Bonnin

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