miércoles, 18 de abril de 2018

LA PUREZA


INTRODUCCIÓN
En el lenguaje común se entiende por pureza la cualidad de homogeneidad de una naturaleza (una raza pura, un alimento puro, un metal puro, etc), sin embargo en teología la pureza es la virtud de estar “limpio”, esto es, “sin mancha” ante Dios. Esa limpieza hace alusión a la ausencia de pecado, que es, por definición, la negación de Dios.
Así pues, se puede equiparar en cierto modo las cualidades de pureza y divinidad. El primer hombre y la primera mujer eran puros y por ello permanecían ante Dios. Tras comer del fruto  prohibido del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, ambos se ocultaron, porque fueron conscientes de que se habían manchado de impureza y ya no podían mostrarse ante Dios. Desde entonces, tanto por el pecado original como por los actuales (de acto), el Hombre se contamina de impureza, hiriendo en diversos grados su relación con Dios.
Y por lógica inversa, la purificación del hombre le acerca de nuevo a Dios. En cierto modo, el creyente puro, o purificado, se “diviniza”, en un anticipo de la visión beatífica de los bienaventurados en la vida eterna, ya que la pureza da al hombre la dignidad necesaria para presentarse ante Dios. O, por la misma razón, para ser visitado por Dios (en el cristianismo, y más concretamente, por el Espíritu Santo).
CUALIDADES DIVINAS DE LA PUREZA EN LA BIBLIA
Las Sagradas Escrituras nos dan testimonio de esa cualidad intrínseca de la pureza como atributo divino. Y con frecuencia la asocian a otra cualidad divina, la Sabiduría.
“¿Cómo puede un hombre ser justo ante Dios o ser puro un hijo de mujer? Si hasta la luna no tiene brillo ni las estrellas son puras a sus ojos”. Job 25, 4-5
Tus ojos son demasiado puros para mirar el mal y no puedes contemplar la opresión”. Habacuc 1, 13.
“[La sabiduría] es exhalación del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Todopoderoso: por eso, nada manchado puede alcanzarla”. Sabiduría 7, 25
“La sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.” Carta de Santiago 3, 17
No es raro encontrar textos bíblicos donde la pureza es incluso equiparada en cierto modo a la divinidad, de modo que cualquier cosa que se ofreciera a Dios debe ser necesariamente pura.
“Pero desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura; porque mi Nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos.” Malaquías 1, 11.
 La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.” Salmo 19, 10.
RELACIÓN ÍNTIMA ENTRE PUREZA Y SACRALIDAD
Desde muy temprano, en el establecimiento del culto a Yahvé se puede percibir una correlación entre puro y sagrado. Aquello consagrado exclusivamente a Dios, y aquellos que lo sirven, deben mantener su pureza, puesto que pasan a ser de su “propiedad”, mientras lo profano se considera propiamente humano y por ende, primigeniamente impuro. Por tanto, quien no está puro, no puede entrar en contacto con lo consagrado a Dios.
“Entonces el Señor dijo a Aarón: Cuando tengáis que entrar en la Carpa del Encuentro, ni tú ni tus hijos beberán vino o cualquier otra bebida que pueda embriagar, porque de lo contrario morirán: este es un decreto válido para siempre, a lo largo de las generaciones. Así podréis discernir lo sagrado de lo profano y lo puro de lo impuro, y enseñar a los israelitas todos los preceptos que el Señor les ha dado por intermedio de Moisés”. Levítico 10, 8-11
 “Vosotros seréis santos, porque yo, el Señor, soy santo, y os separé de los otros pueblos, para que me pertenezcáis”. Levítico 20, 26
“Sus sacerdotes han violado mi Ley, han profanado mis cosas santas; no han separado lo sagrado de lo profano, ni han hecho conocer la diferencia entre lo puro y lo impuro.” Ezequiel 22, 26
“Los sacerdotes instruirán a mi pueblo sobre la diferencia entre lo sagrado y lo profano, y le enseñarán a distinguir lo puro de lo impuro.” Ezequiel 44, 23
LA PUREZA RITUAL EN EL JUDAÍSMO
La necesidad de borrar la impureza como manifestación simbólica o visible del pecado y el alejamiento de Dios fue uno de los primeros signos de la religión judía. Su importancia era tal que presentarse impuro ante Dios era sinónimo de muerte, no como castigo sino por la propia naturaleza de Dios, al modo que la oscuridad moría ante la luz.
En el libro del Éxodo se nos relata el más arcaico ritual de purificación del pueblo hebreo, justo tras la primera Alianza con Moisés. Este se limita a abluciones del cuerpo, lavar la ropa y abstenerse de relaciones carnales.
«[Dijo Dios a Moisés] Ve dónde está el pueblo y ordénales que se purifiquen hoy y mañana. Que laven su ropa y estén preparados para pasado mañana. Porque al tercer día el Señor descenderá sobre la montaña del Sinaí, a la vista de todo el pueblo”. “Moisés bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las purificaciones rituales. Todos lavaron su ropa, y luego les dijo: «Estad preparados para pasado mañana. Mientras tanto, absteneos de tener relaciones carnales». “El Señor le dijo: «Baja y ordena al pueblo que no traspase los límites para ver al Señor, porque muchos de ellos perderían la vida. Incluso los sacerdotes que se acerquen al Señor deberán purificarse, para que el Señor no les quite la vida»”. Éxodo 19, 10-11.14
A partir de ahí, el pueblo elegido se somete a una serie de minuciosos procesos y rituales de purificación, por las diversas impurezas en las que puede caer (uno de los más importantes era el sacrificio a Dios de animales sustitutivos, los llamados holocaustos).
En los libros sacerdotales se dedican numerosos capítulos a estos rituales. En Deuteronomio, el capítulo 14, repasando los animales puros e impuros, así como los alimentos; en el Levítico, el capítulo 7 sobre los sacrificios de purificación, el 11 sobre la impureza de los cadáveres y la purificación con aguas lustrales, el 12 sobre la purificación de la mujer tras un parto, el 13 y el 14 sobre los leprosos y otras enfermedades impuras, el 15 la purificación sexual de varones y mujeres, etcétera. El libro de los Números repite no pocos de estos rituales, y también añade otros, como aquellos a los que se someten los nazireos o personas que han hecho un voto (que podía ser temporal o permanente, como los casos de Sansón y Samuel), en el capítulo 6.
Estos rituales de pureza constituyeron uno de los más firmes pilares de la religión judía, y hay numerosos testimonios a lo largo de toda la historia de Israel, llegando hasta los tiempos de Jesús. El pueblo escogido se preocupaba minuciosamente de hallarse en la disposición adecuada frente a Dios, y el más cuidadoso con los rituales era tenido comúnmente por el más piadoso.
“Una vez concluido el ciclo de los festejos, Job los hacía venir y los purificaba; después se levantaba muy de madrugada y ofrecía un holocausto por cada uno de ellos. Porque pensaba: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón». Así procedía Job indefectiblemente”. Job 1, 5
“Sí, respondió él; vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio». Luego purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio.Primer libro de Samuel 16, 5
EL ESTABLECIMIENTO DEL TEMPLO Y DEL CLERO PARA LA PURIFICACIÓN RITUAL
Pronto se complicó tanto el ritual de purificación, que se estableció una jerarquía para su práctica. Los primogénitos ofrendados a Yahvé fueron sustituidos por los miembros de la tribu de Leví, los levitas:
“Moisés, Aarón y toda la comunidad de Israel hicieron con los levitas lo que el Señor había ordenado a Moisés. Los levitas se purificaron de sus pecados y lavaron su ropa. Luego Aarón los ofreció al Señor con el gesto de presentación y practicó el rito de expiación en favor de ellos, a fin de purificarlos”. Números 8, 20-21.
Como todos los levitas se habían purificado, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los que habían vuelto del destierro, para sus hermanos los sacerdotes y para ellos mismos”. Esdras 6, 20.
Cuando posteriormente se estableció el Templo de Jerusalén en tiempos del rey Salomón, surgió además una casta especial dentro de los levitas que se ocuparon del culto y los rituales de purificación en el mismo, en nombre de todo el pueblo. Eran los sacerdotes, la cúspide de los israelitas en relación directa con Yahvé, y por tanto, más obligados a mantener su pureza. Unos y otros se convirtieron en fundamentales para que Israel siguiese manteniéndose puro frente a su Dios:
“Los levitas reunieron a sus hermanos, se purificaron y luego fueron a purificar el Templo del Señor, conforme a la orden del rey y según la palabra del Señor.” Segundo libro de las Crónicas 29, 15
“Sus hermanos levitas les ayudaron hasta que el trabajo quedó concluido y los sacerdotes se purificaron, porque los levitas se habían mostrado más dispuestos a purificarse que los sacerdotes”. Segundo libro de las Crónicas 29, 34
“Llenos de compunción, los sacerdotes y los levitas se purificaron y ofrecieron holocaustos en el Templo del Señor.” Segundo libro de las Crónicas 30, 15
“Derribó los altares, destruyó los postes sagrados y los ídolos hasta reducirlos a polvo, y destrozó todos los incensarios en todo el país de Israel. Luego regresó a Jerusalén. El año decimoctavo de su reinado, una vez que purificó el país y la Casa, Josías envió a Safán, hijo de Asalías, y a Ioáj, hijo de Ioajaz, el archivista, a reparar la Casa del Señor, su Dios”. Segundo libro de las Crónicas 34, 7-8.
“Apenas llegaron a Jerusalén, todos adoraron a Dios y, una vez que el pueblo se purificó, ofrecieron sus holocaustos, sus ofrendas voluntarias y sus dones”. Judith 16, 18.
“Los sacerdotes y los levitas se purificaron, y luego purificaron al pueblo, las puertas y las murallas.” Nehemías 12, 30
Como casa de Dios que era el Templo, no sólo era indispensable estar completamente purificado para presentarse ante Yahvé en él, sino que, de hecho, el propio templo era elemento santificador de Jerusalén y purificador de todo Israel.
“¡Ay de ti, Jerusalén, que no te purificas! ¿Hasta cuándo seguirás así?” Jeremías 13, 27
“Judas y sus hermanos dijeron: «Nuestros enemigos han sido aplastados; subamos a purificar el Santuario y a celebrar su dedicación». Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el Santuario desolado, el altar profanado, las puertas completamente quemadas, las malezas crecidas en los atrios como en un bosque o en la montaña, y las salas destruidas, rasgaron sus vestiduras, hicieron un gran duelo, se cubrieron la cabeza con ceniza y cayeron con el rostro en tierra. Luego, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus gritos al cielo. Judas ordenó a unos hombres que combatieran a los que estaban en la Ciudadela hasta terminar la purificación del Santuario. Después eligió sacerdotes irreprochables, fieles a la Ley, que purificaron el Santuario y llevaron las piedras contaminadas a un lugar impuro”. Primer libro de los Macabeos 4, 36-43.
“Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué os parece, vendrá a la fiesta o no?»”. San Juan 11, 55-56.
Eso quería decir que la impureza del templo (y por extensión de la ciudad santa) era la más horrenda a ojos de los israelitas.
“[Ezequías] convocó a los sacerdotes y a los levitas, los reunió en el atrio oriental y les dijo: «¡Escuchadme, levitas! Purificaos ahora y purificad la Casa del Señor, el Dios de sus padres, eliminando todas las impurezas que hay en el Santuario”. Segundo libro de las Crónicas 29, 4-5.
“Ellos me han vuelto la espalda, no el rostro; y aunque traté de enseñarles incansablemente, no han escuchado ni aprendido la lección. Han puesto sus ídolos inmundos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para volverla impura”. Jeremías 32, 33-34.
“¡Ay de la rebelde, de la impura, de la ciudad opresora! Ella no escuchó el llamado, no aprendió la lección, no puso su confianza en el Señor ni se acercó a su Dios. Sus jefes, en medio de ella, son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos, que no dejan nada para roer a la mañana; sus profetas son fanfarrones, hombres traicioneros; sus sacerdotes han profanado las cosas santas y han violado la Ley”. Sofonías 3, 1-4.
“Las casas de Jerusalén y las casas de los reyes de Judá serán impuras como el lugar de Tófet: sí, todas esas casas sobre cuyos techos se quemó incienso a todo el Ejército de los cielos y se derramaron libaciones a otros dioses”. Jeremías 19, 13.
“Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza”. Zacarías 13, 1
“Entonces Simón se reconcilió con ellos y dejó de atacarlos, pero los expulsó de la ciudad y purificó las casas donde había ídolos. Así entró en la ciudad, entonando himnos y bendiciones. Después de limpiarla de toda impureza, estableció en ella gente que practicaba la Ley, la fortificó y se construyó una residencia”. 1 Macabeos 13, 47-48
“Antíoco tuvo la osadía de entrar en el Templo más santo de toda la tierra, llevando como guía a Menelao, el traidor de las leyes y de la patria. Con sus manos impuras tomó los objetos sagrados, y arrebató con manos sacrílegas los presentes hechos por otros reyes para realzar la gloria y el honor de ese Lugar”. 2 Macabeos 5, 15-16.
SOLO EL HOMBRE PURO PUEDE ESTAR EN PRESENCIA DE DIOS
La pureza ritual comienza a llenarse de contenido con la personalización: sólo el hombre puro puede presentarse ante Dios; no solo en la tienda de la Alianza o en el Tempo sino, y esto es importante, también en espíritu. Por tanto, el corazón y las obras, no solo el ritual, purifican al hombre.
Este principio pervive en la Iglesia: por ejemplo, no podemos comulgar (consumir a Nuestro Señor) si no estamos en Gracia, es decir, en la pureza cristiana (Mt 5, 23-24).
“Josué dijo al pueblo: «Purificaos, porque mañana el Señor va a obrar maravillas en medio de vosotros»”. Josue 3, 5.
“Tú has dicho: «Mi doctrina es pura y estoy limpio ante tus ojos». En cambio, si Dios hablara y abriera sus labios contra ti; si te revelara los secretos de la sabiduría, tan sutiles para el entendimiento, sabrías que Dios olvida una parte de tu culpa”. Job 11, 4-6.
“El libra al hombre inocente, y tú te librarás por la pureza de tus manos.” Job 22, 30.
“Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio”. Isaías 64, 4-5.
“No conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni valoran la recompensa de las almas puras.” Sabiduría 2, 22
“Hacia ella [la Sabiduría de Dios] dirigí mi alma y, conservándome puro, la encontré”. Eclesiástico 52, 20.
“Judas, llamado el Macabeo, formó un grupo de unos diez hombres y se retiró al desierto. Allí vivía entre las montañas con sus compañeros, como las fieras salvajes, sin comer nada más que hierbas, para no incurrir en ninguna impureza”. Segundo libro de los Macabeos 5, 27.
“Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”. San Mateo 5, 8.
“Ya que poseemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que mancha el cuerpo o el espíritu, llevando a término la obra de nuestra santificación en el temor de Dios”. Segunda carta de san Pablo a los corintios 7, 1.
“Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido”. Carta de Santiago 4, 7.
LAS CAUSAS DE IMPUREZA
Cualquier pecado era para los judíos causas de impureza, muy especialmente la violación de los preceptos explícitos del Decálogo. No obstante, en los textos bíblicos observamos que algunas transgresiones se destacan con mayor gravedad.
ADORAR ÍDOLOS
Hacerse imágenes de otros dioses, rendirles culto, ofrecerles holocaustos o sacrificarles a los propios hijos (como no era raro entre los dioses cananeos) es la primera y principal causa de impureza. Nadie que hubiese cometido tal pecado podía presentarse ante Dios.
“Jacob dijo a sus familiares y a todos los demás que estaban con él: «Dejad de lado todos los dioses extraños que tengáis con vosotros, purificaos y cambiaos de ropa”. Génesis 35, 2
“¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente”. Salmos 24, 3-4.
“Porque la gente de Judá hizo lo que es malo a mis ojos –oráculo del Señor–. Ellos han puesto sus ídolos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para hacerla impura;  edificaron el lugar alto de Tófet, que está en el valle de Ben Hinnóm, para quemar a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no ordené ni se me pasó por la mente.” Jeremías 7, 30-31
“Con sus ritos infanticidas, sus misterios ocultos y sus frenéticas orgías de costumbres extravagantes, ya no conservan puros, ni la vida ni el matrimonio; uno elimina al otro a traición o lo aflige por el adulterio”. Sabiduría 14, 23-24
“Entonces Simón se reconcilió con ellos y dejó de atacarlos, pero los expulsó de la ciudad y purificó las casas donde había ídolos. Así entró en la ciudad, entonando himnos y bendiciones. Después de limpiarla de toda impureza, estableció en ella gente que practicaba la Ley, la fortificó y se construyó una residencia”. 1 Macabeos 13, 47-48.
MENTIR Y BLASFEMAR
Ofender a Dios, o levantar falso testimonio es otra de las causas graves de impureza, como ya hemos visto en el Salmo 24.
“Frente a mis adversarios, tú has sido mi ayuda y me has librado, según la grandeza de tu misericordia y de tu Nombre […] de la lengua impura, de la palabra mentirosa”. Eclesiástico 51, 2. 5
NO MANTENER LA CASTIDAD
No únicamente es impureza el pecado de fornicación o adulterio. Incluso los casados debían purificarse tras los actos carnales, y estos estaban prohibidos antes de ciertas festividades y ritos. La virginidad es considerada virtud de pureza, hasta que se contrae matrimonio (véanse los votos del nazareato). Los usos de la carne son considerados algo impropio para presentarse ante Dios, que es espíritu. Este pensamiento se mantuvo en el cristianismo, como oposición a la concupiscencia de la carne, aunque eliminando las purificaciones rituales.
“Moisés bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las purificaciones rituales. Todos lavaron su ropa, y luego les dijo: «Estad preparados para pasado mañana. Mientras tanto, absteneos de tener relaciones carnales». Éxodo 19, 14.
«¡Seguro que sí!, respondió David al sacerdote; las mujeres nos han estado vedadas, como siempre que yo salgo de campaña. Si los muchachos mantienen puros sus cuerpos aún en una expedición profana, ¡con mayor razón tendrán hoy sus cuerpos en estado de pureza!».” 1 Samuel 21, 6.
“Sara oró de este modo: «¡Bendito seas, Dios misericordioso, y bendito sea tu Nombre para siempre! ¡Que todas tus obras te bendigan eternamente! Ahora yo elevo mi rostro y mis ojos hacia ti. ¡Líbrame de esta tierra, para que no oiga más insultos! Tú sabes, Señor, que yo he permanecido pura, porque ningún hombre me ha tocado”. Tobías 3, 11-14.
“Dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos”. Carta a los Romanos 1, 24.
“Yo estoy celoso de vosotros con el celo de Dios, porque os he unido al único Esposo, Cristo, para presentaros a él como una virgen pura”. Segunda carta a los Corintios 11, 2.
“Trata a los jóvenes como a hermanos, a las ancianas como a madres, y a las jóvenes como a hermanas, con toda pureza”. Primera carta a Timoteo 5, 1-2.
VIVIR EN UN LUGAR QUE NO ESTÉ BAJO LA LEY DE DIOS
Desde el ingreso en la Tierra Prometida, la ley de Dios y la pureza están estrechamente vinculadas. Por el mero hecho de vivir en tierras gentiles, un judío ya estaba manchado de impureza.
“Si la tierra que os pertenece es impura, venid a la tierra que pertenece al Señor, donde reside su Morada, y estableceos entre nosotros”. Josué 22, 19.
“Comieron la víctima pascual los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los que habían renunciado a la impureza de la gente de país y se habían unido a ellos para buscar al Señor, el Dios de Israel”. Esdrás 6, 12.
“Por eso, dice el Señor: “Tu mujer se prostituirá en plena ciudad, tus hijos y tus hijas caerán bajo la espada; tu suelo será repartido con la cuerda, tú mismo morirás en tierra impura e Israel irá al cautiverio lejos de su país”. Amós 7, 17
LA ACCIÓN Y LAS PRUEBAS DE DIOS PURIFICAN A ISRAEL
En el judaísmo se va abriendo paso la idea de que el propio Yahvé purifica a su pueblo de fieles. Es decir, en cierto modo, los “hace sagrados”. Inicialmente, esto se lleva a cabo por medio de una acción sobrenatural que sustituye al ritual de purificación, pero en los profetas comienza a aparecer la idea de que las pruebas y sufrimientos son una forma de purificación espiritual del corazón del hombre, permitidas o enviadas por Dios; esto sucede tanto individualmente, como a toda la nación de Israel como colectivo. Esa temática es la principal en todo el libro de Job.
“Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro y renueva la firmeza de mi espíritu”. Salmo 51, 9. 12.

“Porque tú nos probaste, oh Dios, nos purificaste como se purifica la plata”. Salmos 66, 10.

“Sin embargo, él sabe en qué camino estoy: si me prueba en mi crisol, saldré puro como el oro”. Job 23, 10.

 “Yo te purifiqué, y no por dinero, te probé en el crisol de la aflicción”. Isaías 48, 10.

“Te dispersaré entre las naciones, te diseminaré por otros países y eliminaré de ti tu impureza”. Ezequiel 22, 15.

“Yo he querido purificarte de tu infame lascivia, pero tú no te has dejado purificar: por eso, no quedará purificada hasta que no haya apaciguado mi furor contra ti“. Ezequiel 24, 13.

“Yo os tomaré de entre las naciones, os reuniré de entre todos los países y os llevaré a vuestro propio suelo. Os rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Os purificaré de todas vuestras impurezas y de todos vuestros ídolos. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que sigáis mis preceptos, y que observéis y practiquéis mis leyes”. Ezequiel 36, 24-27.

“Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza”. “Entonces, en todo el país –oráculo del Señor– dos tercios serán exterminados, perecerán y sólo un tercio quedará en él. Yo haré pasar ese tercio por el fuego, y los purificaré como se purifica la plata, los probaré como se prueba el oro”. Zacarías 13, 1 y 8-9.

“Entonces, yo haré que sean puros los labios de los pueblos, para que todos invoquen el nombre el Señor y lo sirvan con el mismo empeño”. Sofonías 3, 9.

“Así como a ellos [Abraham en Moria y Jacob en Siria] los purificó para probar sus corazones, de la misma manera, nosotros no somos castigados por él”. Judit 8, 27.

“Porque el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol de la humillación”. Eclesiástico 2, 5.

“Pedro respondió: «De ninguna manera, señor, yo nunca he comido nada manchado ni impuro». La voz le habló de nuevo, diciendo: «No consideres manchado lo que Dios purificó»”. Hechos de los Apóstoles 10, 14-15.

“Todo Israel será salvado, según lo que dice la Escritura: “De Sión vendrá el Libertador. El apartará la impiedad de Jacob. Y esta será mi alianza con ellos, cuando los purifique de sus pecados”. Carta a los Romanos 11, 26-27.
DIOS CONOCE LOS CORAZONES Y SABE QUIÉN ES PURO, MÁS ALLÁ DE LO QUE EL HOMBRE CREA:
No sólo era capaz Dios de purificar a los impuros, sino que por la cardiognosis podía saber quiénes de los que aparentaban estar purificados no lo estaban por mantener la impureza en las intenciones de su corazón. Por emplear la libertad para seguir rebelándose ante Yahvé en su ser más íntimo. En cierto modo, la pureza de Dios reconocía y distinguía la pureza del hombre por encima de su apariencia. Así, los malvados no podían fiar en la seguridad de cumplir unas normas externas para merecer presentarse ante Dios, mientras los sencillos y contritos de corazón podían descansar en el Señor. Esta enseñanza se halla sobre todo en los libros sapienciales de la Biblia.
“Las malas intenciones son abominables para el Señor, pero le agradan las palabras puras”. Proverbios 15, 26.
“El hombre piensa que todos sus caminos son puros, pero el Señor pesa los corazones”. Proverbios 16, 2.
“¿Quién puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado»?” Proverbios 20, 9.
“Hay cierta clase de gente que maldice a su padre y no bendice a su madre, gente que se considera pura y no se ha lavado de su inmundicia. ¡Qué altaneros son los ojos de esa gente, cuánto desdén hay en sus miradas!” Proverbios 30, 12-14.
“Conocí todo lo que está oculto o manifiesto, porque me instruyó la Sabiduría, la artífice de todas las cosas. En ella hay un espíritu inteligente, santo, único, multiforme, sutil, ágil, perspicaz, sin mancha, diáfano, inalterable, amante del bien, agudo, libre, bienhechor, amigo de los hombres, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, lo observa todo y penetra en todos los espíritus: en los puros y hasta los más sutiles. La Sabiduría es más ágil que cualquier movimiento; a causa de su pureza, lo atraviesa y penetra todo”. Sabiduría 7, 21-24
LA PUREZA DE CORAZÓN ES SUPERIOR A LA PUREZA RITUAL
Así, la característica más distintiva del mensaje profético es que a Dios le agrada el corazón puro por encima de la pureza ritual. Cada vez más, y sobre todo a partir del destierro a Babilonia (donde son imposibles los rituales del Templo), la purificación gestual va quedando como mera manifestación externa de una inclinación interior anterior y superior. La primera está vacía, y Yahvé abomina de ella, si le falta la segunda, la purificación del corazón contrito por sus pecados y compasivo con los de los demás.
Esa superioridad de la pureza espiritual alcanza su culmen con el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo, que explícitamente la predica como mandamiento, considerando secundaria la pureza ritual. Y considera felices (o bienaventurados/afortunados) a los puros de corazón, diciendo que ellos verán a Dios (véase san Mateo 5, 8) y confirmando así la enseñanza anterior.
Específicamente el relato de la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 30-37) contrapone la pureza de corazón de esta, a un sacerdote y a un levita, que en cumplimiento de los rituales de purificación (puesto que habían de cumplir su turno en el Templo), se abstienen de tocar (y de ese modo, auxiliar) al hombre agredido, bien porque estaba cubierto de sangre, bien por hallarse posiblemente muerto, extremos ambos que manchaban de impureza ritual. El que obra bien, enseña el Redentor, es quien antepone a las normas exteriores la pureza de corazón de auxiliar al prójimo. Muchas de sus diatribas a los fariseos tienen un sentido similar.
Cristo llega incluso a abolir rituales de purificación tan importantes para los judíos como las abluciones o los alimentos prohibidos. Así lo enseñará la Iglesia desde entonces.
“Una gran parte del pueblo, sobre todo de Efraím, de Manasés, de Isacar y de Zabulón, no se habían purificado y, sin embargo, comieron la Pascua sin ajustarse a los prescrito. Pero Ezequías rogó por ellos, diciendo: «¡Que el Señor por su bondad perdone a todos los que están dispuestos a buscar de corazón a Dios, el Señor, el Dios de sus padres, aunque no tengan la pureza requerida para las cosas santas!»”. El Señor escuchó a Ezequías y perdonó al pueblo”. Segundo libro de las Crónicas 30, 18-20:
“¡Lavaos, purificaos, apartad de mi vista la maldad de vuestras acciones! ¡Cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien! ¡Buscad el derecho, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda!” Isaías 1, 16-17.
“Él les contestó: ¿Tan faltos estáis vosotros de sentido? ¿No comprendéis- añadió, declarando puros todos los alimentos- que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede mancharle, porque no entra en el corazón, sino en el vientre y va al estercolero? Decía, pues: Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque de dentro, del corazón del hombre, proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez”. San Marcos 7, 18-21.
“El Señor le dijo: Mira, vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por fuera, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que ha hecho lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Sin embargo, dad en limosna hasta lo mismo que está dentro, y todo será puro para vosotros. ¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda, y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que hacer esto sin omitir aquello”. San Lucas 11, 39-42.
LA PUREZA SE MANIFIESTA EN EL OBRAR RECTAMENTE
Como manifestación de esa superioridad de la pureza espiritual, las obras rectas y las palabras honestas muestran al hombre puro, siendo más meritorias que las normas. Tanto en los libros sapienciales como en san Pablo, esa idea es constante.
“La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado”. Tobías 12, 9.
“¿Quién puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado»? Usar dos pesas y dos medidas, ambas cosas las hizo el Señor. Por su manera de obrar, el niño ya da a conocer si su conducta será pura y recta”. Proverbios 20, 11.
“Tortuoso es el camino del criminal, pero el que es puro obra con rectitud”. Proverbios 21, 8.
“No incurras en falta, enmienda tu conducta y purifica tu corazón de todo pecado”. Eclesiástico 38, 10.
“Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad.” Primera Carta a los Corintios 5, 8.
“Trata de ser un modelo para los que creen, en la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe, en la pureza de vida”. Primera carta a Timoteo 4, 12.
“La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.” Carta de Santiago 1, 27.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y LOS RITOS DE PURIFICACIÓN
Es ambivalente la relación de las primeras comunidades cristianas con los rituales de purificación judíos. Durante su misión, Jesucristo cumplía de forma habitual los preceptos judíos (véase san Mateo 8, 4 con respecto a la certificación sacerdotal de la curación de un leproso según manda Levítico 14, 2-17, o san Mateo 17, 24-27 con respecto al impuesto al Templo señalado en Éxodo 30, 11-14, por ejemplo), pero como vimos antes, también abolió algunos de los más importantes, por el uso hipócrita que se hacía de ellos.
Los primeros cristianos de origen judío solían seguir los rituales del Templo salvo aquellos que abolió Jesús, pero los venidos de la gentilidad, por la acción de san Pablo (Hechos de los Apóstoles 15, 1-35), son liberados de ellos. Así, vemos en las Sagradas Escrituras como en ocasiones los cristianos cumplen los rituales y otras no.
“Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?” San Mateo 7, 5.
“Al día siguiente, Pablo tomó consigo a esos hombres, se purificó con ellos y entró en el Templo. Allí hizo saber cuándo concluiría el plazo fijado para la purificación, es decir, cuándo debía ofrecerse la oblación por cada uno de ellos”. Hechos 21, 26.
EL SACRIFICIO DE CRISTO ES LA PURIFICACIÓN DEFINITIVA
A partir de las enseñanzas de san Pablo y san Juan Evangelista, el sacrificio expiatorio de Cristo en la Cruz pasa a convertirse en el mayor y único ritual de purificación. Todas las antiguas leyes del Templo han caducado tras esta última y definitiva manifestación del Dios purificador.
De igual modo, en la eucaristía y la comunión, los cristianos, al revivir ese sacrificio, renovaban también su purificación.
“Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” Carta a los Hebreos 9, 13-14.
“Si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado”. Primera carta de san Juan 1, 7.
 “Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre”. Apocalipsis 1, 5.
EL BAUTISMO COMO NUEVO RITUAL DE PURIFICACIÓN
Pronto, en las primeras comunidades cristianas, se consideró que el bautismo ejerce de eficaz medio de purificación de toda la vida anterior de impurezas y sacrilegios. El sacramento instituido por Nuestro Señor sustituye así de forma visible a holocaustos, primicias y pagos.
“Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados, invocando su Nombre.” Hechos 22, 16.
“También tenemos un Sumo Sacerdote insigne al frente de la casa de Dios. Acerquémonos, entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura”. Hebreos 10, 21-22.
“Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora sois salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo”. Primera Carta de san Pedro 3, 21.
“El la purificó [a la Iglesia] con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada”. Carta a los Efesios 5, 26-27.
LA FE, LA ESPERANZA Y EL AMOR PURIFICAN
San Pedro, san Pablo y san Juan son los apóstoles que hacen hincapié en la pureza que infunden en la inteligencia y la voluntad de los creyentes las virtudes teologales. La Gracia de Dios obra así, en continuidad con la enseñanza profética, purificando al hombre.
“[Pedro hablando] Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos, enviándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros. El no hizo ninguna distinción entre ellos y nosotros, y los purificó por medio de la fe”. Hechos de los Apóstoles 15, 8-9.
“Y por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo”. Carta a los Filipenses 1, 9-10.
“Los que por Él creéis en Dios, que le resucitó de entre los muertos y le dio la gloria de manera que en Dios tengamos nuestra fe y nuestra esperanza. Pues por la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para una sincera caridad, amaos entrañablemente unos a otros”. Primera carta de san Pedro 1, 21-22.
“Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a EÉ, porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene en El esta esperanza se purifica, como puro es Él”. Primera carta de san Juan 1, 3.
LA CONCIENCIA PURA ES LA GARANTÍA DEL DEPÓSITO DIGNO DE LA FE, Y SUPERIOR A LOS RITUALES DE PURIFICACIÓN
Es san Pablo el primer teólogo que resalta la primacía de la conciencia del hombre, una vez purificada por la acción redentora de Cristo. Esto es muy evidente en las cartas a Tito y Timoteo, discípulos suyos, en las que resalta la pureza de corazón de ellos mismos y de los candidatos al diaconado en las nuevas comunidades que les habían sido confiadas, así como las cualidades que de ella se derivaban: honradez, lealtad, generosidad, sobriedad, castidad, etc.
Pero en la carta a los romanos, el apóstol de los gentiles va más allá, y a propósito de la controversia de los alimentos impuros para el judaísmo, llega a decir que la pureza está en la conciencia, y no en el exterior, conclusión muy en línea con otras del de Tarso sobre la superación de la vieja Ley Mosaica. Esa convicción interna, formada en la fe en Jesucristo, es la que debe regir la conducta.
“Busquemos, por lo tanto, lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No arruines la obra de Dios por un alimento. En realidad, todo [alimento] es puro, pero se hace malo para el que come provocando escándalo. Lo mejor es no comer carne ni beber vino ni hacer nada que pueda escandalizar a su hermano. Guarda para ti, delante de Dios, lo que te dicta tu propia convicción. ¡Feliz el que no tiene nada que reprocharse por aquello que elige!” Carta a los Romanos 14, 14. 19-22.
“Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” Carta a los Hebreos 9, 13-14.
“Con el fin de suscitar el amor que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Por haberse apartado de esto, algunos terminaron en pura palabrería”. Primera carta a Timoteo 1, 5-6.
“Los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura”. Primera carta a Timoteo 3, 8-9.
“No te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro”. Primera carta a Timoteo 5, 22.
“Doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia pura al igual que mis antepasados”. Segunda carta a Timoteo 1, 3.
“Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados”. Carta a Tito 1, 15.
“Exhorta también a los jóvenes a ser moderados en todo, dándoles tú mismo ejemplo de buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad, a la enseñanza correcta e inobjetable”. Carta a Tito 2, 6-8.
LA PUREZA EN LOS PADRES DE LA IGLESIA
Los primeros Padres Apostólicos continuaron desarrollando la teología paulina de la pureza. Influidos además por la filosofía griega y el peso del dualismo platónico entre alma y cuerpo, profundizaron en los dos conceptos fundamentales de la pureza: la del espíritu y la de la carne, ambos como las dos caras de la misma moneda.
El espíritu se purificaba en el mantenimiento de la ortodoxia de la fe y sus mandamientos. El cuerpo, en la virginidad y el alejamiento de la concupiscencia de la carne y las torpezas.
Para San Policarpo de Esmirna, la pureza de la carne reflejaba la del alma: “enseñad a vuestras mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios […] Del mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos […] Las vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura.” Epístola de san Policarpo de Esmirna a los Filipenses.
En el dualismo incidían sobre todo San Ignacio de Antioquía (“para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en Jesucristo, en la carne y el espíritu.” Epístola ad Efesios X.) y San Ireneo de Lyon (“la pureza del cuerpo está en abstenerse y rehuir toda cosa desvergonzada y toda acción injusta, y la pureza del alma está en conservar intacta la fe en Dios, sin agregar ni quitar nada de ella”. Epideixis 2).
Los padres posteriores resaltaron principalmente la pureza como una cualidad de la vida religiosa, fuese sacerdotal o monástica.
San Juan Crisóstomo: “el sacerdote ha de ser tan puro, como si se hallase en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades […] deberá tener rectitud de costumbres y pureza de vida”. “El sacerdote debe vivir la pureza y la paz, la castidad, la mortificación y vigilancia”. (De sacerdotio III, 7). San Cipriano de Cartago, dedica el de habitu virgial valor de la castidad como símbolo de pureza tanto corporal como espiritual y San Ambrosio de Milán dedicó un tratado entero a la relación entre la virginidad y la pureza, el llamado “tratado de las Vírgenes”.
Por último, San Agustín de Hipona, en su De doctrina Christiana, establece siete momentos o grados de perfeccionamiento del alma. El quinto, llamado tranquillitas, el hombre ya no procura la pureza, sino que la posee y únicamente ha de mantenerse en ella. En Confesiones (L3, C1, 3) exhorta a “guárdate en ello de la impureza, alma mía, bajo la tutela de mi Dios”, y en C13, 14, “no sea que como la serpiente engañó con su astucia a Eva, así sean también corrompidas sus inteligencias, degenerando de aquella pureza que hay en nuestro esposo, tu Único”.
LA PUREZA EN LA DOCTRINA CATÓLICA
Innumerables tratados se han escrito sobre la pureza en siglos posteriores, con frecuencia empleando a la Santísima Virgen María como ejemplo de esa virtud (por ello llamada “Purísima”). Por no extendernos aún más, traeremos a colación lo que la doctrina católica a través de los catecismos compendia y resume acerca de esta virtud.
El Catecismo Mayor, de san Pío X
Publicado en julio de 1905, este catecismo dedica varios puntos a la pureza. Un capítulo entero, entre los números 425 y 432 está dedicado a los pecados de impureza contenidos en los mandamientos sexto y noveno, a los pecados de acto (el sexto) y pensamiento (el noveno) contra la castidad, particularmente la conyugal. Según este Catecismo, la impureza “es pecado gravísimo y abominable delante de Dios y de los hombres, rebaja al hombre a la condición de los brutos, le arrastra a otros muchos pecados y vicios, y acarrea los más terribles castigos en esta vida y en la otra” (nº 427). Ambos mandamientos nos ordenan ser castos de cuerpo, mente y corazón. Para evitar la impureza, se ha de orar con frecuencia y de corazón a Dios, ser devotos de la Virgen María, pensar en la Pasión de Cristo y en los castigos divinos, refrenar los sentidos cuando nos conducen al mal, practicar la mortificación, huir de la ocasión de pecado (lugares y compañías impuros, lecturas y espectáculos indecorosos, conversaciones peligrosas, etc) y recibir con frecuencia con la disposición adecuada los santos sacramentos.
Otros tres aspectos fundamentales trata sobre la pureza:
1.      La pureza de corazón se equipara a la limpieza de corazón de los que “verán el Reino de Dios” según la bienaventuranza (nº 935); adquirida por medio de la confesión, es imprescindible para recibir al Señor en la comunión (nº 13).
2.      Una de las obras del Espíritu Santo en la Iglesia es preservar la pureza de la doctrina (nº 102), es decir, la pureza espiritual, y en el apartado “La Breve Historia de la Religión” atribuye a la infalibilidad confiada por Cristo al Sumo Pontífice su capacidad para conservar la pureza de la fe (nº 9), siguiendo la propia labor de los Apóstoles y sus sucesores inmediatos (nº 126).
3.      Por último, la Virgen María es el gran ejemplo de pureza para los hombres: la festividad de la Inmaculada Concepción tiene como intención, entre otras, la de darnos a entender cuánto estima Dios la pureza y santidad del alma (nº 129). Asimismo ejemplar la humildad y pureza de María como merecimiento para concebir al Hijo de Dios, que se celebra en la fiesta de la Natividad de Santa María (nº 135) o en la de la Anunciación (nº 140). Precisamente en esa festividad se pone en relación la pureza de alma y cuerpo con la conservación de la virginidad (nº 141). Por último, la Santísima Virgen María es maestra de la pureza y humildad necesarias para recibir el Cuerpo de Cristo (nº 145). También los santos nos inspiran para ese acto de virtud (nº 221).
El vigente Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
Publicado por mandato del papa san Juan Pablo II en 1992, es el que rige en la actualidad.
La pureza se trata fundamentalmente en los números 2518 a 2533, en la explicación a la sexta bienaventuranza. Su definición (número 2518) amplía la definición de la pureza, además de a los dos dominios tradicionales (la ortodoxia de la fe y la castidad) al amor al prójimo o caridad, que designa como “pureza del corazón”:
Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe: “Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (San Agustín, De fide et Symbolo, 10, 25).
La pureza, como ya afirman las Sagradas Escrituras, supone un preámbulo de la visión beatífica, pero añade el matiz de que nos permite ver “como Dios” (nº 2519), principalmente al prójimo (de ahí añadir la caridad), y al cuerpo propio y ajeno como templo del Espíritu Santo, manifestación de la belleza divina, entroncando ahí con la clásica definición de la castidad como pureza de la carne.
Otras características que ya hemos visto y que el CIC recapitula son: que el Bautismo confiere la Gracia de la purificación de los pecados (nº 2520 y 2345) mediante la virtud de la castidad, la pureza de intención (que consiste en realizar la voluntad de Dios), el rechazo a los pensamientos impuros y la oración. Que la pureza exige el pudor, que es modestia y velo de lo que no debe ser mostrado, y el pudor es tanto del cuerpo como de los sentimientos (nº 2521-2524). Que la pureza debe informar asimismo la cultura y costumbres de los pueblos, tanto a nivel social como de medios de comunicación (2525-2527).
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CONCLUSIÓN
A lo largo de al menos treinta siglos, la Revelación nos enseña las características principales de la virtud de la pureza. La pureza es cualidad esencial de Dios. Yahvé es enteramente puro, como lo son en reflejo los ángeles que le acompañan. Del mismo modo que podemos equiparar Bien a Dios, o amor a Dios, también podemos decir que pureza es Dios. No hay pecado en Él.
Ante todo, la pureza es una limpieza del hombre que le permite estar ante Dios, y es, en cierto modo, anticipo de la visión beatífica de los bienaventurados. La pureza nos hace gozar del Paraíso de un modo semejante pero aún en la tierra. Su más sencilla definición es la ausencia en pensamientos y obras de cualquier pecado. La pureza sacraliza al hombre y sus actos, y es virtud indispensable en los sacerdotes.
La pureza principalmente ritual de los principios del judaísmo, fue dando paso en tiempos proféticos a la pureza del corazón, enseñanza que se revela en plenitud en los textos evangélicos. Ciertos gestos de pureza ritual sobreviven aún en el cristianismo (por ejemplo, en el ritual de ablución de las manos del sacerdote durante la misa), pero siempre a modo de símbolo visible de la verdadera pureza, que es la de intención y espíritu.
Las pruebas y penitencias que Dios permite o envía, sirven también para purificar al hombre y alejarlo de afectos mundanos y materiales. El alma dispuesta al Señor siempre procura ver en esas pruebas un motivo de unirse más a Él. Es en las palabras y obras, y no en las apariencias o los gestos externos, donde se revela un espíritu puro.
Gracias a las enseñanzas de los apóstoles y de los padres de la Iglesia, sabemos que Cristo nos dejó los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía (que se ha de recibir con espíritu de humildad y pureza) para purificarnos del pecado. Que las virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, también nos purifican.
Y que la pureza ha de ser doble: la del corazón o espíritu, manteniendo incólumes las enseñanzas de Cristo en nuestra conciencia y nuestra vida, siendo rectos en el hablar y obrar, y la del cuerpo, manteniendo la castidad por medio del pudor, la oración y el combate contra la concupiscencia de la carne.
Cristo nos dejó a la Iglesia como custodia de las verdades de Fe, y a su Santísima Madre como mejor ejemplo de humildad y pureza para que en todo procuremos imitarla, de modo que esa visión temporal e imperfecta de Dios en la Tierra, se convierta en plena visión en la vida eterna. No nos han de faltar pues los auxilios para poder ser puros.
Apliquémonos a ello, en una sociedad que desprecia la pureza, porque antepone el hombre y sus apetitos a la búsqueda de Dios y de la Verdad.
Luis I. Amorós

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