martes, 17 de abril de 2018

LAS REFORMAS TRIDENTINAS



EL COMPLICADO CAMINO QUE LLEVÓ A TRENTO Y SUS REFORMAS
ADELA SEGURA
Una lectora del Blog nos envía desde Guatemala este artículo, que con gusto reproducimos.
El 31 de oct. 1517, Martín Lutero clavaba las 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg como una invitación abierta a debatirlas. Las tesis condenaban la avaricia y el paganismo en la Iglesia como un abuso, y pedían una disputa teológica en lo que las indulgencias podían dar. Sin embargo, en sus tesis no cuestionaba directamente la autoridad del Papa para conceder indulgencias. Las 95 tesis de Martín Lutero fueron traducidas rápidamente al alemán y ampliamente copiadas e impresas. Al cabo de dos semanas se habían difundido por toda Alemania y pasados dos meses, por toda Europa. Este fue uno de los primeros casos de la Historia en los que la imprenta tuvo un papel importante, pues facilitaba una distribución más sencilla y amplia de cualquier documento.
La Turmerlebnis de Lutero, que se caracterizó por un descubrimiento análogo del valor de la entrega confiada a la obra de la Gracia, vivencia desarrollada en un contexto teológico diverso, fue el punto de partida de la lucha contra el papado y de una reforma que deshizo la unidad de la Iglesia Católica. En 1517 Lutero atrajo sobre su vigorosa personalidad la atención de todos, muchos vieron en él al hombre que iba a preparar el camino a la reforma general que termino por minar la religión Católica y crear división. Adriano VI, que sucedió en 1522 a León X, mostró tomar en serio el problema de la reforma y su valiente Instructio que fue leída en la dieta de Nuremberg por el nuncio Francesco Chieregati el 3 de enero de 1523, despierta admiración, pero su pontificado fue demasiado breve y no pudieron verse los frutos.
Clemente VII nombrado Papa el 18 de noviembre de 1523, tenía la preocupación de evitar el concilio que se le pedía con urgencia, especialmente por el emperador Carlos V. Con el Pontificado de Paulo III, elegido el 13 de octubre de 1534, lograron abrirse paso las fuerzas reformadoras y penetrar en el centro de la Iglesia. La reforma protestante avanzaba y esto motivó a Pablo III a reunir en Roma a representantes del Humanismo reformista y de la restauración disciplinar de las órdenes religiosas. Bajo la dirección de A. Contarini y una comisión de nueve miembros, iniciaron un proyecto de reforma general en 1536. En marzo de 1537 se publicó el Consilium de emendanda ecclesia, que basado en el abuso de poder de los papas como causa principal de los males de la iglesia, formula una lista de propuestas concretas.
Bajo el pontificado de Paulo III se realizó el máximo esfuerzo para iniciar la reforma Papal. La reforma de la Dataría (oficio de la Curia romana, que daba beneficios y Gracias ) y de la Penitenciaria ( Tribunal eclesiástico de Roma encargado de dispensar Bulas y Gracias) se realizan bajo la dirección de Contarini. Las nuevas congregaciones, nacidas espontáneamente, se revelaron como instrumento preciso para renovar a la Iglesia dentro del respeto de la tradición.
En 1540, Paulo III aprobó la Compañía de Jesús fundada en París el año 1534 por Ignacio de Loyola; la Compañía acomodaba las formas tradicionales de la vida religiosa a las exigencias de la edad moderna y se distinguía por un mayor empeño cultural y por el voto de obediencia al papa. Por estas características, la nueva orden había de ser el firme sostén del Papado en la reforma y en la contrarreforma. En 1530 nace el Evangelismo Italiano, diferente del Luteranismo por su reconocimiento y obediencia al Papa. En Roma comenzó a prevalecer una tendencia reformadora adversa a los protestantes, su representante era Gian Pietro Carafa; y por sugestión suya instituyó Paulo III en 1542 la Inquisición Romana (o el Santo Oficio). El lugar escogido para realizar el Concilio, después de muchas vacilaciones fue Trento, ciudad que pertenecía al imperio, pero que estaba situada en Italia. En 1542 se hizo una convocatoria, que no tuvo resultado positivo por haberse reanudado la guerra entre Francisco I y Carlos V.
En 1544, se hace una segunda convocatoria para el Concilio, que condujo a su apertura el 13 de diciembre de 1545. La dirección de la asamblea fue encomendada a tres delegados papales: los cardenales Del Monte, Cervini y Pole. El concilio fue posible gracias a la voluntad del Papa y del Emperador, al Papa le interesaba mantener intacta la doctrina amenazada por la herejía y al Emperador le interesaba la restauración de la unidad religiosa necesaria para la unidad política del imperio, esto dio motivo para desavenencias entre los dos que dificultó el normal desenvolvimiento del concilio.
El 22 de enero de 1546 se decidió tratar paralelamente los problemas doctrinales y los de la reforma (compromiso entre la tesis papal y la imperial). El trabajo del concilio era dirigido por los legados, que recibían instrucciones directas de Roma, en realidad los decretos más relevantes del primer período fueron los concernientes a la fe, hasta el tercer período no se pudo llegar a resultados verdaderamente consistentes en el problema de la reforma.
El primer período de la asamblea tridentina duró del 13 de diciembre de 1545 al 11 de marzo de 1547, se celebraron ocho sesiones: En el primer decreto, después de fijar el canon de los libros sagrados, se afirmó la autoridad de la tradición al lado de la Escritura. En el segundo decreto se declaraba la autenticidad de la Vulgata, sin que con ello se prohibieran las ediciones críticas en las lenguas originales ni las traducciones a lenguas vernáculas. En la sesión IV (8 de abril de 1946) fueron aprobados dos decretos referentes a la Escritura, rechazando así el principio protestante de la Scriptura sola. En la sesión V (17 de julio de 1546) fue aprobado el decreto sobre el pecado original, que se situaba lo mismo contra el optimismo pelagiano, que contra la concepción luterana de la total corrupción de la naturaleza humana.
El decreto sobre la justificación, aprobado en la sesión VI (13 de enero de 1547), puede considerarse como la obra maestra doctrinal del concilio de Trento. Fruto de laboriosa discusión, no obstante numerosas reelaboraciones, conservó la impronta de los esquemas preparados por Girolamo Seripando, general de los ermitaños de San Agustín, que simpatizaba con el evangelismo. El decreto lograba conciliar la libre elección gratuita de Dios con la necesidad de una libre cooperación por parte del hombre. La justificación fue presentada como verdadera santificación por la gracia, que capacita al hombre regenerado para realizar obras meritorias, cuya necesidad nada obsta a la suficiencia de los méritos de Cristo. Los méritos del hombre no son sino dones de Dios, por lo que el cristiano está obligado a poner toda su confianza en Dios y no en sí mismo.
El descontento se transformó en crisis cuando en la sesión VIII del 11 de marzo de 1547, la mayoría de los padres aprobó el traslado del concilio a Bolonia, por temor a una epidemia de tifus exantemático, la traslación era un obstáculo para los planes del emperador, Catorce obispos del partido imperial se negaron a seguir a la mayoría a Bolonia. En esta ciudad prosiguieron los trabajos hasta febrero de 1548, en que Paulo III, para no arriesgar relaciones con el emperador, decidió interrumpirlos. Sin embargo, la suspensión oficial del concilio no tuvo lugar hasta diecinueve meses después, el 13 de septiembre de 1549. Durante el período Boloñés se celebraron dos sesiones (IX y X); pero no se aprobó ningún decreto.
El concilio fue convocado de nuevo en Trento por el sucesor de Paulo III, el cardenal Giovanni María del Monte, que ya antes había presidido el concilio y fue elegido Papa el 7 de febrero de 1550 con el nombre de Julio III. Así se inició el segundo período del concilio tridentino, que duró del 1 de mayo de 1551 al 28 de abril de 1552 y comprendió seis sesiones de la xv a la xvi, fue llamado a presidirlo el Cardenal legado Crescencio al que asistían dos obispos expertos en asuntos germánicos: Pighino y Lippomani. Los temas principales de este período fue la doctrina de los sacramentos. Ya en la sesión del 3 de marzo de 1547, fue afirmada su eficacia objetiva (ex opere operato); luego pudo redactarse la doctrina sobre la eucaristía (sesión xiii, del 11 de octubre de 1551), y sobre la penitencia y extremaunción (sesión xiv, del 25 de noviembre de 1551).
A fines de marzo 1552, se suspende el Concilio, hasta 1555 que de nuevo se toma la dirección anti reformadora. A Pío IV (25 de diciembre de 1559 a 8 de diciembre de 1565) le tocó la tarea de dar vida al tercer período del Tridentino, que duró del 18 de enero de 1562 al 4 de diciembre de 1563 y comprendió nueve sesiones (xvii-xxv). Fue nombrado presidente el cardenal Ercole Gonzaga, a quien quedaron asociados como legados Seripando, Hosius, Simonetta y Altemps. Se reanudaron los debates de carácter dogmático, que definieron ulteriormente la doctrina sobre la eucaristía y el sacrificio de la misa (sesiones xxi y xxii, del 16 de julio y del 17 de septiembre de 1562). Esta vez el número de participantes fue muy superior al de las fases precedentes (en la sesión inaugural estuvieron presentes 112 obispos, y pasaron de 200 en la final).
Los trabajos quedaron paralizados durante diez meses; en marzo de 1563 morían, agotados de cansancio y tensión, los legados Gonzaga y Seripando. El cardenal Morone, que fue designado por el papa para sustituirlos. En la sesión XXIII, del 14 de julio de 1563, El deber de residencia fue declarado como «precepto» divino (Esta fórmula que, aun obligando a los obispos a residir, dejaba al papa la facultad de conceder dispensas). En esta sesión fue aprobada además la institución de los seminarios.
Las normas para el nombramiento de cardenales y obispos, señalaban que cada año se celebraran sínodos diocesanos y cada tres años concilios provinciales, y disponían que el obispo visitara anualmente toda su diócesis. Los poderes de los obispos representaba el meollo de la reforma tridentina. En el verano y otoño de 1563, fueron aprobadas en las dos últimas sesiones del concilio: la XXIV (11 de noviembre de 1563), en que se definió también el carácter sacramental del matrimonio, y la XXV (3-4 de diciembre de 1563), en que se precisó la doctrina sobre el purgatorio, las indulgencias y el culto a los santos.
La bula Benedictus Deus (26 enero 1564) de Pio IV, confirmó e hizo ejecutivos todos los decretos del concilio de Trento, puede considerarse como el comienzo de la era post-Tridentina de la Iglesia, época que en muchos aspectos se ha prolongado hasta el concilio Vaticano II. Los decretos Tridentinos adquirieron primacía, sobre todo por la lucha anti-protestante, un ejemplo es la “Professio fidei tridentina”, promulgada por Pío IV el 13 de noviembre de 1563, profesión que vino a ser la fórmula distintiva de los católicos frente a los protestantes. Pío IV y sus sucesores Pío V, Gregorio XIII y Sixto V se empeñaron a fondo en que se aplicara la reforma tridentina y se completara con otras disposiciones de iniciativa papal. De este modo el concilio, que tanto habían temido los papas, se convirtió en poderoso instrumento para reforzar el centralismo Romano.
Pío IV cuidó de la compilación de un nuevo Índice (1564), tarea que el concilio le había confiado. La reforma de la Iglesia se ejecutaba con un rigorismo que sobrepasaba las disposiciones del concilio de Trento, como en el caso de la estricta clausura impuesta a todos los conventos femeninos. Pio V, Dominico de fe sólida y férrea disciplina, protegió a los pobres creando hospitales y escuelas y apoyando las misiones en el nuevo mundo, pero decidió aplicar la Inquisición para prevenir el aumento de herejes. Pío V tuvo el mérito de realizar los deseos del concilio de que se compusiera un compendio de la doctrina católica (el Catecismo Romano de 1566) y se reformaran el breviario (1568) y el misal (1570).
El sucesor, Gregorio XIII (1572-1585), Promovió también la creación en Roma de colegios para la formación de clérigos de diversas naciones, favoreciendo directamente al Colegio Romano, fundado por Ignacio de Loyola en 1551, que tomó del pontífice el nombre de Universidad Gregoriana. Sixto V, representó la etapa final de la reforma católica, convirtiendo Roma y el Barroco en la representación visual del catolicismo.
Alberto Royo Mejía

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