miércoles, 18 de abril de 2018

¿POR QUÉ LA INMACULADA ES LA PATRONA DE INFANTERÍA? EL MILAGRO DE EMPEL



Entre los lectores que hayan servido en Infantería, es probable que muchos hayan oído hablar de este episodio, pero me consta que la mayoría de los españoles lo ignora. Los hispanos mostramos en general un gran desconocimiento de nuestra historia, incluyendo el llamado “Siglo de Oro español”, período durante el cual nuestra patria fue la más influyente nación del mundo.
La publicación de la serie de novelas del personaje “el capitán Alatriste”, de Arturo Pérez-Reverte, seguidas por algunas películas y una serie de televisión de ínfima calidad documental, han despertado un cierto interés por paliar ese olvido. A pesar de la minuciosidad con la que se documenta Pérez-Reverte para escribir sus relatos, su recreación descansa sobre todo en detalles, fechas y hechos, y es notorio, para quién conozca y ame nuestra historia, que le cuesta penetrar en la mentalidad de los españoles del barroco. Tal vez el fracaso más notorio en este sentido sea la lógica incomprensión que el autor, ateo y declarado anticristiano, sufre a la hora de entender la profunda religiosidad de nuestros compatriotas en aquellos tiempos. Así, en los libros de la serie, este aspecto es resumido groseramente como hipocresía de los poderosos, fanatismo de los clérigos y superstición de los sencillos. Resulta paradójico que secunde tan fielmente la leyenda negra sobre la religiosidad española quien proclama que las andanzas de su personaje tratan de rescatar el periplo español de los tópicos vertidos por sus enemigos.
Un yerro que los católicos de hoy en día debemos reparar, puesto que nuestra Comunidad trasciende el tiempo igual que el espacio, y tan hermanos en la fe son nuestros contemporáneos católicos de China o Mozambique como los españoles de siglos pasados. No hay mejor manera de hacerlo que conociendo su historia.
MANIFESTACIÓN DE FE DEL PUEBLO
Considero el milagro de Empel especialmente significativo, principalmente porque en él no aparecen papas, obispos o teólogos. Se trata de una muestra genuina de la fe que alentaba al pueblo español en su vida diaria, en su ser más íntimo, y en un gremio, el de los militares, no particularmente inclinado a la piedad, más bien al contrario. Asimismo, el hecho se produjo tres siglos antes del Concilio Vaticano I, lo que demuestra que generalmente los dogmas (contra la especie que se propala en nuestros tiempos) no imponen elucubraciones teológicas al pueblo cristiano, sino que más bien definen verdades doctrinales que la comunidad ya ha intuido antes. Por último, no se trata de una leyenda más o menos mistificada, ni de la imaginación de un escritor, o de un maniqueo guión cinematográfico, como los que estamos hastiados de ver. Se trata, ni más ni menos, de un relato fiel y sencillo de unos hechos históricos.
El año es el de 1585. En los Países Bajos, en julio, el gobernador Alejandro Farnesio, acaba de concluir con éxito la toma de Amberes, la ciudad más importante de la Unión de Utrecht, la alianza de las provincias rebeldes. Las tropas del rey no sólo combatían para defender el patrimonio de Felipe II, que había heredado Flandes de su padre el emperador Carlos V, sino sobre todo para frenar la herejía calvinista que habían abrazado los rebeldes. El avance de Farnesio parecía imparable, y las ciudades católicas de las provincias septentrionales de Zelanda y Holanda pidieron su ayuda para separarse de la Unión. En otoño, el gobernador envió tres tercios al mando del sajón Pedro Enrique, conde de Mansfeld: el de don Francisco Arias de Bobadilla, el de Mondragón y el de Iñiguez, sumando un total de entre 4000 y 5000 hombres (el grueso de la infantería española en Flandes), más una compañía de arcabuceros a caballo y 6 piezas de artillería. Cinco mil españoles que, en frase del almirante francés Bonnivet, parecían “cinco mil hombres de armas, y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil infantes, y cinco mil gastadores, y cinco mil diablos". Este tercio había sido creado cinco años antes, y Bobadilla contaba más de 20 de experiencia. Mansfeld se estableció en Bolduque, la capital del Brabante septentrional, mientras enviaba a los tres tercios al mando de Bobadilla a ocupar la isla de Bommel, territorio ganado al mar entre los ríos Mosa y Vaal por los laboriosos flamencos dos siglos antes, que medía 25 kilómetros de largo por unos 9 de ancho. Desde allí, debían dirigirse al norte. La isla, que contaba tres plazas fuertes enemigas, fue tomada sin problemas, pero los españoles habían cometido un grave error que fue rápidamente aprovechado por los holandeses.
LAS TROPAS CATÓLICAS QUEDAN AISLADAS
El conde de Holac había sido puesto al mando de las defensas calvinistas, y reuniendo 100 barcos de quilla plana, embarcó en ellos su infantería, y con gran presteza rompió la mayoría de los diques que contenían al río Mosa el día 2 de diciembre. La isla de Bommel se vio rápidamente inundada, y las tropas católicas debieron de buscar refugio en las escasas zonas elevadas, donde la flota rebelde les disparó a placer con sus cañones y mosquetes. La vanguardia al mando de Pazos trató de forzar el paso del río para escapar de aquella trampa acuática, pero hubo de retirarse por el acoso de las naves de Holac, acuartelándose en torno a un pequeño castillo junto a la iglesia de Empel, guarnecido por un destacamento de italianos, que era el punto más cercano a la orilla meridional.
Don Francisco Arias de Bobadilla ordenó fortificar esa única vía de escape, y los tres tercios se atrincheraron para pasar la noche del 3 de diciembre en ese punto. Fueron enviados emisarios a Bolduque, a 6 leguas al sur, para que las piezas de artillería allí basadas dispararan sobre los sitiadores, y para que Mansfeld, que se hallaba en viaje de inspección, regresara apresuradamente a preparar una acción de rescate. Mientras esperaban la expedición de socorro, Bobadilla creyó posible escapar vadeando el canal cerca de Empel, pues el calado era tan escaso en aquel lugar que los barcos holandeses no se atrevían a cruzarlo, pero el emisario enviado a Mansfeld para concertar ese nuevo plan, fue capturado, dando al traste con la estratagema. Finalmente, el 5 de diciembre, Mansfeld tenía preparada la flota de apoyo, con 52 naves. Las baterías que cubrirían la acción desde el lado de Bolduque se vieron apoyadas por dos piezas instaladas por Bobadilla en un islote cercano. Asimismo, 9 barcazas con 30 hombres cada una, saldrían de Bommel para reforzar al socorro. Los designados, “confesaron y comulgaron como siempre que han de pelear, lo que acostumbra la nación española", según refiere la crónica contemporánea. Pero todo fue inútil: Holac había previsto el movimiento, tomando y fortificado varias pequeñas isletas en medio del río para la mañana del 6 de diciembre. Pese a los esfuerzos de las tropas de Mansfeld, unidas al tercio de Juan del Águila, las defensas holandesas resistieron y fueron concluidas con celeridad.
SITIO, HAMBRE, FRÍO Y HUMEDAD
Finalmente, un ataque sorpresa sobre la flota de rescate logró incendiar la mayoría de las naves. No habría socorro, y los sitiados “veíanse en muy gran turbación y trabajo, y el menor que pasaban era el frío, hambre y desnudez, que tanto les apretaba por estar al rigor del tiempo sin ningún reparo donde poder cubrirse ni valer de noche y día, y sobre unos diques yermos y solos, donde iban perdiendo ya las esperanzas de ser socorridos". Y es que el invierno de 1585 fue particularmente frío, y los soldados comenzaron a pasar hambre al terminarse los pertrechos de guerra y de boca, sometidos los tercios en aquella isla agostada por las bajas temperaturas.
Sábado, 7 de diciembre de 1585. La desesperación era tal que Bobadilla pensó en embarcar a su gente en las escasas naves que le quedaban, cruzar el canal bajo el fuego de buques y fortines enemigos y desembarcar en cada isleta, tomándolas una a una. Era un suicidio, pero se habían terminado los víveres, y no había refugio, sólo barro y frío, de forma que Bobadilla mandó un nuevo mensaje a Mansfelt, diciéndole que había elegido un nuevo punto para el asalto, “ya que no veía otro remedio, y aún este incierto y casi imposible".
LA POBLACIÓN CATÓLICA ORA POR LAS TROPAS AISLADAS
Los católicos habitantes de Bolduque, en cuanto supieron que los sitiados se disponían a atacar, se volcaron con ellos: intentaron cavar en las zonas anegadas para facilitar el paso, hubo procesiones pidiendo por los españoles, se sacó al santísimo Sacramento a la orilla opuesta, con luces, para que los sitiados pudieran verlo y les sirviera de consuelo. Como dijo un español: “Parece cosa extraordinaria que en tierra de tantos herejes y donde tan mal quieren a los españoles hubiese flamencos tan piadosos que se azotasen por ellos y tan de veras procurasen el remedio, los cuales no cesaban en sus plegarias y procesiones". Para colmo, un intento de Mansfeld de bajar el nivel del agua rompiendo unos diques en la orilla opuesta sólo sirvió para aumentar la inundación, poniendo a los españoles en situación crítica. Viendo Bobadilla el apuro, exhortó a sus capitanes “a rezar para que Dios los librase del espantoso peligro en que estaban".
Ocurrió entonces lo que a continuación transcribimos en relato contemporáneo: “En esto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores como si se hubiera acabado de hacer. Como si se hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla (…) Llévanla pues como en procesión al templo entre las banderas, la adoran pecho por tierra todos, y ruegan a la Madre de los ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanza de elementos y enemigos; que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio”. Los soldados se animaron sobremanera, y Bobadilla se dirigió a sus hombres de nuevo, diciéndoles que al día siguiente atacarían, y morirían o vencerían. Algunos de sus capitanes dijeron que era mejor suicidarse que darle a los holandeses la satisfacción de la victoria, pero Bobadilla arengó a sus hombres: “¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota; el milagroso hallazgo viene a salvarnos. Nosotros velaremos por España. ¿Queréis que se quemen las banderas, se inutilice la artillería y abordemos de noche las galeras, prometiendo a la Virgen ganarlas o perder todos, todos, sin quedar uno, la vida?…” La respuesta fue unánime: “¡Sí, sí; queremos!”.
Holac estaba tan seguro de su victoria, que ya andaba buscando alojamiento para tanto prisionero como haría. Apenas terminada la reunión, llegó al campamento español un emisario rebelde, ofreciendo la rendición a cambio de salvar sus vidas. La respuesta de Bobadilla fue clara: “Los españoles prefieren la muerte a la deshonra”. La noche del 7 al 8 de diciembre comenzó a soplar un gélido viento, la temperatura bajó de forma anormal, y los canales del río Mosa se helaron, hecho que no ocurría nunca antes de mediados de enero. Bobadilla comentó que esa noche hizo “el frío más extraordinario que jamás se vio”. En medio de la oscuridad, los españoles montaron en sus barcas y se lanzaron en silencio al asalto de una de las isletas ocupadas, pero la explosión de un recipiente de pólvora alertó a los holandeses que huyeron a refugiarse en sus barcos. Ante el riesgo del ataque enemigo y de quedar sus buques inmovilizados y atrapados por el hielo, que se estaba formando rápidamente, Holac ordenó retirarse de la zona entre Empel y Bolduque, y volver al cauce del Mosa. Ahora, las tropas de Bommel y las de Bolduque atacaron de consuno a la flota en fuga, causándoles más de 300 bajas. Cruzando a pie enjuto sobre el hielo, los tercios de Bobadilla asaltaron los fuertes de las islas del río, venciendo y poniendo en fuga a sus defensores. Los españoles lograron llegar a Bolduque, salvándose la mayoría, aunque no pocos sufrieron amputaciones por culpa de la congelación. Se contó entre el botín de guerra diez navíos de bastimentos de boca y armas, toda la artillería y munición enemiga y 2.000 prisioneros. Justo en ese momento, se cubrió el cielo, comenzó a llover y a deshelarse las aguas. Era el día 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción de María.
LA IMAGEN DE LA INMACULADA
La imagen hallada (probablemente enterrada unos años antes, durante la persecución iconoclasta de los calvinistas de 1566) fue depositada en Bolduque y se le tributó una solemne acción de gracias. Los católicos holandeses calificaron el hecho como Het Wonder van Empel, el milagro de Empel. El conde de Holac en persona dijo que “no era posible sino que Dios era español pues había usado con ellos tan gran milagro” y que “nadie en el mundo sino él por su divina misericordia fuera bastante a librarles del peligro y de sus manos". Los españoles tampoco lo olvidaron, ya que poco después se formó una cofradía, llamada “Soldados de la Virgen Concebida sin mancha”, siendo Bobadilla el primer cofrade y figurando en ella todos los alistados en los Tercios de Flandes e Italia. Hasta entonces cada unidad tenía por costumbre elegir su patrón o patrona, siendo en muchas ocasiones la elegida nuestra Señora del Rosario. La mayoría cambió su advocación, eligiendo como santa patrona a la Inmaculada Concepción.
El portento meteorológico que aconteció el 8 de diciembre de 1585 en la isla de Bommel ha sido objeto de investigación por historiadores y meteorólogos holandeses por anómalo. En los años 90 el Instituto de meteorología holandés hizo un estudio del fenómeno y concluyó que la concatenación de circunstancias que produjeron que el agua alrededor de la isla de Bommel se helase en una sola noche fue un fenómeno por completo inusual y nunca visto en esas tierras.
La Inmaculada Concepción fue nombrada patrona de la Infantería española en 1892.
Este artículo se publicó originalmente el 18 de marzo de 2010: Un milagro en Empel
Luis I. Amorós

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